Así como su hermano menor -el discípulo Juan-, Jacobo era una persona enérgica, valiente y osada. Un perfil también muy cercano a Pedro, que era impulsivo y enfocado en la acción. Aparentemente, su familia tenía alguna importancia social, pues tenía acceso al sumo sacerdote (Juan 18:15).
Jacobo mostraba una personalidad tan intensa, franca y convicta, que se convirtió en el primer objetivo del rey Herodes contra los discípulos del Señor Jesús después de la resurrección. Jacobo murió a espada (Hechos 12:2).
Ese carácter firme nos hace pensar sobre la importancia de no aceptar la contaminación del pecado y las impurezas de este mundo. O tenemos una alianza con Dios, o no la tenemos. Jacobo fue completamente transformado por la experiencia que tuvo al seguir al Señor Jesús y nada era capaz de hacerlo cambiar de idea sobre la misión que tenía que cumplir: continuar con el trabajo que comenzó el Maestro.
Muchas personas hasta participan de los encuentros que se realizan en la iglesia, pero llevan una doble vida: en la casa de Dios, se presentan con santidad; pero en el trabajo o en la escuela, por ejemplo, tienen un comportamiento vulgar.
En la Biblia, vemos que el Señor Jesús no tenía paciencia con aquellos que se presentaban buenos por fuera, pero que eran maliciosos por dentro. Por eso, es importante que la persona tome una decisión completa y sincera de ignorar las obras de la carne para involucrarse con el Espíritu.
Otra lección que podemos aprender con el carácter de este discípulo es que él estaba siempre dispuesto a actuar en favor del Señor Jesús. Él tenía iniciativa y era motivado a divulgar el mensaje de la Salvación Eterna.
En la actualidad, es común que las personas afirmen que no tienen tiempo para Dios. Los quehaceres son muchos: el trabajo, el estudio, el cuidado de la casa, los eventos sociales, entre otros. Incluso el cansancio físico es una “excusa” para no ir a los encuentros de la iglesia.
Sin embargo, en la medida en que la persona deja de buscar la presencia de Dios, de participar de las reuniones, de orar, por ejemplo, los espíritus malignos encuentran lugar para actuar. Y cuando la persona observa, ya está cerca de perder la Salvación Eterna; el bien más precioso que un cristiano puede anhelar.
Jacobo nos enseña que el deseo por la presencia de Dios debe estar en primer lugar en nuestra vida; por encima, incluso, de nuestra propia voluntad.