“… y en medio de los siete candeleros, a uno semejante al Hijo del Hombre, vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas.
Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza. Cuando le vi, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades. Escribe las cosas que has visto, y las que son, y las que han de ser después de estas.
El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y de los siete candeleros de oro: las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto, son las siete iglesias.” Apocalipsis 1:13-20
La apariencia del Señor Jesús aquí, en la visión del apóstol Juan, es completamente diferente de la que él había conocido en Galilea. La verdadera grandeza y la magnitud de esa visión lo llevaron forzosamente a describir al Señor a través de comparaciones.
A partir de allí, él Lo retratara vestido de Su gloria de la siguiente manera: “… vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro.”, (Apocalipsis 1:13)
Estas vestiduras que llegan hasta los pies son vestiduras que descienden hasta los tobillos, y señalan la dignidad del sumo Sacerdote, el cinto de oro, a la altura del pecho, representa Su dignidad de Rey.
En realidad, Juan ve aquí la identificación del Rey y Sumo Sacerdote, de regreso como el Mesías de Israel. Él viene, entonces, con Su Iglesia, razón por la cual está en medio de ella, es decir, de las siete lámparas de aceite.
Luego, el apóstol ve la cabeza de su Señor: “Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego…”, (Apocalipsis 1:14).
No es más la cabeza cubierta de heridas y sangre, debido a la corona de espinas, y el rostro desfigurado por la humillación y la tortura. Por lo contrario, el apóstol, dirigido por el Espíritu Santo, describe la mayor gloria usando palabras simples.
Lo mismo sucedió con Daniel, por ejemplo, que, usado por el Espíritu Santo, profetizó al respecto del Señor Jesús utilizando la figura de la “piedra cortada sin ayuda de manos”: “Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó.”, (Daniel 2:34).
Los cabellos blancos como la lana blanca, como la nieve, señalan el indescriptible fulgor de la gloria celestial. La corona de espinas se transformó en corona de honra. Los ojos llenos de lágrimas, cuando el Señor presenció la miseria de Jerusalén, ahora son ojos como de fuego, significando juicio.
Los pies no son más aquellos agujereados por los clavos del pecado, sino: “… y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno…”, (Apocalipsis 1:15).
Los ojos como fuego y los pies semejantes al bronce pulido caracterizan al Señor Jesús como Juez. Por lo tanto, Él no solo es Rey y Sumo Sacerdote, sino también Juez.
La voz que Juan escuchó no es más esa voz suave, del Buen Pastor, que se mantuvo callada delante de los que Lo juzgaron, que Lo escupieron e injuriaron, colgándolo, al final, en la cruz. ¡No! Ahora es tan poderosa que es imposible describirla con exactitud.
De ahí en más, el apóstol se refiere a ella como “… y su voz como estruendo de muchas aguas.”, (Apocalipsis 1:15). Significa voz del juicio de Dios. Varios profetas del pasado escucharon la misma voz y lo registraron:
“Tú, pues, profetizarás contra ellos todas estas palabras y les dirás: el Señor rugirá desde lo alto, y desde su morada santa dará su voz; rugirá fuertemente contra su morada; canción de lagareros cantará contra todos los moradores de la tierra.” Jeremías 25:30
“Y el Señor rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y temblarán los cielos y la tierra; pero el Señor será la esperanza de su pueblo, y la fortaleza de los hijos de Israel.” Joel 3:16
“Dijo: el Señor rugirá desde Sion, y dará su voz desde Jerusalén, y los campos de los pastores se enlutarán, y se secará la cumbre del Carmelo.” Amós 1:2
¡En todas estas voces el Señor profiere juicio! Pero regresando a la descripción del apóstol Juan, que dice: “Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.”, (Apocalipsis 1:16).
Esta misma mano, que antes cargaba la madera en que fue clavada, ahora es bendita y glorificada y sustenta a Su Iglesia, representada por las siete iglesias. La espada afilada que sale de Su boca es la Palabra de Dios:
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” Hebreos 4:12
Finalmente el apóstol describe el rostro del Señor Jesús glorificado. Es tan magnífico su resplandor, que nuevamente él apela a una comparación: “… y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza.”, (Apocalipsis 1:16).
Siendo así, en el comienzo de la revelación del Señor Jesús, el apóstol Juan ve lo esencial: Jesús como Rey, Sumo Sacerdote, Profeta y Juicio. El profeta Isaías, anteriormente, había registrado una figura del Señor:
“Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos. Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.” Isaías 53:2-3