Algunas personas viven para trabajar y redoblan esfuerzos para cumplir una jornada exhaustiva. Despertarse temprano, participar en reuniones y entrenamientos, cumplir las ocupaciones del expediente, programar el día siguiente e incluso encontrar tiempo disponible para realizar tareas que surgen inesperadamente. En fin, pasan horas del día trabajando incesantemente. Y eso no es todo. Muchos deben llegar a casa y cumplir con sus tareas domésticas.
En Japón, la jornada de trabajo es tan intensa y exagerada que existe la expresión “Karoshi”, o simplemente “morir de tanto trabajar”. El término surgió después de que muchos profesionales murieron por exceso de trabajo, porque no son pocos los que llegan a superar las más de 100 horas extras en el mes. Este fenómeno social fue identificado por primera vez en 1987, por el Ministerio de Salud de Japón, y ha sido cada vez mayor.
Cuando la muerte es en consecuencia de ese exceso, la familia tiene derecho a recibir una indemnización del Gobierno, alrededor de 20 mil dólares por año, e incluso una indemnización de la propia empresa, que puede llegar a casi 2 millones de dólares.
La Biblia dice:
“Si el Señor no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guardare la ciudad, en vano vela la guardia. Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, y que comáis pan de dolores; pues que a Su amado dará Dios el sueño.” Salmos 127:1,2
No hay ningún problema en trabajar duro y luchar por lo que se quiere. Lo que se necesita es equilibrio y discernimiento para percibir cuando su esfuerzo está siendo exhaustivo y desenfrenado. Pero puede estar seguro: de nada sirve trabajar arduamente si Dios no está al frente de sus planes y propósitos.
De acuerdo con el escritor Jadson Edington, en su libro “50 tonos para el Éxito”, nada de lo que nosotros, los seres humanos, vemos como grande es realmente grande delante de Dios. Nuestras riquezas pueden parecer gran cosa, pero todo depende del punto de vista. Él incluso agregó: “En este mundo, el oro es algo muy valioso, pero, si creemos en el Dios de la Biblia, creemos en el Dios que hizo una ciudad en la que las calles son de oro (Apocalipsis 21:21)”. Es decir, lo que es valioso para nosotros, para Dios es asfalto.
“Lo que es realmente precioso para Él es nuestra vida, nuestra alma. Y esto es lo que el ser humano menos valora”, dice el escritor. Por eso, su relación con el Altísimo debe estar en primer lugar.
Lo realmente valioso
Según Edington, el dinero es el centro de la vida tanto de los que lo enaltecen como de los que lo desprecian. Y los extremos son malos. “El problema no es solo conquistar. La persona puede conquistar con Dios o sin Dios. Pero el dinero es papel. El oro es asfalto. Todo lo realmente valioso no lo conseguimos sin Dios. La paz. La tranquilidad. El equilibrio emocional para establecer todas nuestras conquistas y multiplicar lo que tenemos pero sin perder el foco de lo que realmente importa”, enseña.
Trabaje, vaya detrás de sus objetivos profesionales y luche para conquistarlos, pues, seguramente, sus esfuerzos serán recompensados. Pero no deje a Dios fuera de sus planes, porque todo esfuerzo pasa a ser en vano. Confíe en Él y use su tiempo para descansar. El Señor Jesús va a fortalecerlo y honrar su victoria, sin que usted necesite cometer excesos para eso.
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