En la avenida Celso Garcia, en el barrio paulista de Brás, un larga alfombra roja indicaba la espera por alguien ilustre que pasaría sobre ella, saliendo desde la Catedral de la Universal de Brás y entrando por la Explanada del Templo de Salomón, rumbo a su interior. “Quiero ver quién va a pasar por allí”, decían algunos. “¿Será la presidente? ¿El gobernador?”, se preguntaban otros. Lo que no sabían es que, aunque las personas citadas realmente sean importantes, el invitado que pasaría por la cubierta roja sobre el asfalto era mucho más ilustre.
La Fuerza Joven marcaba presencia, protegiendo todo el perímetro del Templo y el camino de la alfombra roja. La organización y la dedicación eran visibles. El sol y el cielo azul aún estaban presentes, pero el clima ya era de curiosidad y respeto.
He aquí que, alrededor de las 19 hs., aparece el invitado más que especial para el cual la alfombra roja fue montada. Los obispos de la Universal vestidos con túnicas blancas y doradas cargaban sobre sus hombros un gran volumen, cubierto por un manto azul y dorado. La escena les era familiar a los familiarizados con la Biblia: era el Arca de la Alianza, en un cortejo especial desde la catedral al Templo. Después del murmullo que la sorpresa causó, el silencio reinó. Pero no era un silencio de intimidación. Era reverencia. Incluso por parte de los más desavisados, que solamente pasaban por allí.
Los ómnibus pasaban lentamente al lado del cortejo. Eran notorios los pasajeros, o incluso los cobradores, que se levantaban, como eran notorias las sonrisas en sus rostros. Muchos sacaban sus celulares y sacaban fotos, registrando un momento que antes era común en los tiempos bíblicos, pero que en aquel momento formaba parte del presente. Llevada por los levitas de los días actuales en pasos firmes y precisos, en una respetuosa y literal marcha, el Arca pasó por el frente de un gran edificio, donde personas en las ventanas y desde un gran altillo de frente hacia la calle aplaudieron efusiva y reverentemente.
Aunque la Fuerza Joven hiciera un competente cordón de aislamiento, nadie intentaba pasarlo, entendiendo la cuestión del respeto no por aquel objeto bajo un manto azul, sino por Aquel a quien representaba. Más aplausos.
El Arca llegó hasta el frente del Templo. Ingresó por sus portones externos y se apoderó de la Explanada, donde 6 mil obreros de la Universal lo esperaban con gran expectativa. Allí dentro, el mismo aire de reverencia de la avenida. El Arca pasaba con sus levitas por la alfombra roja, hasta detenerse frente a la entrada principal de la Casa de Dios, con sus portones dorados. Delante de ellos, heraldos la esperaban con sus trompetas en ristre.
La emoción no era contenida por los 6 mil obreros, en respeto al Dios único, representado por aquel objeto que pasaba. El manto azul fue retirado, y el Arca de la Alianza de Dios con los hombres brilló delante de todos. El clima, que ya era de mucha emoción, se fortaleció aún más. Al mismo tiempo en el que se emocionaban, los obreros no dejaron de orar ni por un solo segundo. Eran 6 mil voces como una sola, así como uno solo era el Dios al cual se dirigían.
Todos no solo veían, sino que formaban parte activa de un momento épico, que antes solo veían en grandes películas o leían en libros, solo que con mucho más significado que simples historias pueden contener.
Al son de las trompetas, el Arca ingresó a la nave del Templo de Salomón. Las proyecciones en la fachada mostraban su camino hasta el altar. Las oraciones en la Explanada y en la calle se detuvieron. Los aplausos rompieron de todos lados.
El Señor de aquel Templo entró en Su casa. No en una caja dorada con querubines en su tapa, sino en las mentes de todos los que la acompañaban, dentro y fuera del Templo.
Allí adentro, el Arca ya estaba en su Casa. La alianza de Dios con el hombre, en el interior, en la Explanada, en las calles de Brás y en las mentes de millones que acompañaban la ceremonia desde sus casas por la televisión, por la radio o por Internet, estaba confirmada en los días actuales, como fue en los tiempos bíblicos por el desierto y después en plena Jerusalén, del alto Monte Moriah, para que todo el mundo lo viera.
Vea el momento en el que ingresa el Arca al Templo de Salomón: