Es extremadamente importante notar la secuencia de multiplicación garantizada por el Señor Jesús. Primero, Él habla en buena medida. Luego, de apretada.
Después, en buena medida remecida. Y como si no bastase todo eso, generosamente rebosando. En el punto de vista de la matemática, esas son puras cuentas de multiplicación. Un excelente “negocio” entre la criatura humana y el Creador. Pero, en este cambio, la moneda es la fe.
En las palabras de Jesús, se verifica claramente que cualquier tipo de relación con Dios, sea en la parte espiritual o material, como en el juzgamiento del semejante, y su condenación, o en la ofrenda del perdón (parte espiritual), como en la parte estrictamente material, “Dad y se os dará” (económica), siempre será un negocio o un cambio que incluye una única moneda que es la fe práctica.
De ahí la razón por la que la promesa del Todopoderoso es “… hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros” (Efesios 3:20).
¡Pero eso nunca va a suceder por acaso! Ni la simple creencia en Dios hará eso posible. Para que Dios cumpla lo prometido, la persona necesita tomar la actitud de entregarse total e incondicionalmente a Él, y eso es mucho más que una simple creencia.
La respuesta de Dios depende de lo que le ofrecemos. La generosidad divina no es una cuestión de compasión, sino de fe práctica. Es como ya dijimos: la fe es la única moneda de cambio con Dios.
La transformación generosa significa sobrepasar los límites de todo lo que ya fue generosamente devuelto. Nos pasa una idea de abundancia y abundancia tan significativas que no se pueden medir.
En una determinada época de incredulidad, el Señor lanzó un desafío a los que decían creer en Él y les dijo: “Probadme ahora en esto, dice el Señor de los ejércitos, a ver si no os abro las ventanas de los cielos y derramo sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”(Malaquías 3:10).
Y vea si no es así que podemos traducir la orden del Señor dada a los hijos de Jacob. Nuevamente vemos el gran deseo de Dios en derramar una abundante lluvia de bendiciones económicas sobre
Su pueblo. Pero Él es limitado por la manifestación de la fe de Su pueblo. Él no dice: “espérenme y os abriré las ventanas de los cielos y derramaré sobre vosotros bendición hasta que sobreabunde”.
No, Él no dice eso, pero condiciona el derramamiento de bendiciones sin medida al probar que Lo hacemos con la entrega de los diezmos y de las ofrendas. Esto es, si los que creen Lo prueban realizando esa entrega adecuadamente, ¡Él estará en la obligación de devolver sin medida! ¿Y por qué es eso? Porque es Su promesa.
El hecho es que raramente los hijos de Dios piensan en las bendiciones divinas de forma ilimitada. Normalmente, dicen eso y hasta creen en esa posibilidad porque está escrito en la Biblia. Pero, en la práctica, para ellos, eso es un sueño no realizable. No porque Dios no pueda hacerlo, sino por ellos mismos.
Eso ocurre porque la falta de visión de la grandeza de Dios ha atado la fe de mucha gente buena. Gente que así como yo, que al principio de la fe esperaba tener una visión física de la voluntad de Dios, se mantiene en la expectativa de una profecía particular, o incluso la “revelación” en sueños.
Cuanto tiempo perdí hasta descubrir que todo ya estaba allí, delante de mis ojos, determinado en la Palabra de Dios. Perdí, pero aprendí Dios no tiene interés en hacer cosas pequeñas. Él “no puede” hacer tal cosa por la propia naturaleza que tiene.
Usando un lenguaje más informal, yo diría que “queda feo” para un Dios tan grande hacer cosas pequeñas. Por otro lado, según Su proyecto personal, Dios necesita de socios en este mundo para realizar Su obra grandiosa. Cuando Él encuentra a alguien fiel y dispuesto a todo para poner en práctica Su inspiración, es imposible que no sucedan cosas grandes y monumentales para Su entera honra y gloria.
Fue así con Noé, Abraham, Isaac, Israel, José, Moisés, Josué, Jefté, Gedeón, Sansón, David, Elías, Eliseo, en fin, con todos los grandes héroes de la fe del pasado. Dios los usó en sus respectivos tiempos. Pero ¿a quién quiere usar en los días de hoy?
Solamente a aquellos que están dispuestos a depositar todo lo que son, todo lo que pretenden ser o todo lo que poseen o poseerán en Su altar. Quien tenga esa calidad de fe para dar recibirá la plenitud de lo que Él es y tiene.
Resumiendo: no hay límites para quien cree en el Dios de Abraham, de Isaac y de Israel. Además, si los hijos de las tinieblas son capaces de glorificar al diablo, haciendo cosas grandes en este mundo, mayor obligación tienen los hijos de Dios.
Para finalizar, Jesús complementa Su enseñanza lanzando sobre los hombros de los que en Él creen la responsabilidad de ser o no bendecidos de forma ilimitada. Nadie depende de nadie, mucho menos de una condición social o intelectual, para ser alguien en este mundo.
Está escrito que “lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte” (1 Corintios 1:27).
Cada uno tiene su propia fe y la usa de acuerdo con el coraje y determinación que tiene. Y eso hace la diferencia entre cristianos y cristianos. El Señor dice: “porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir” (Lucas 6:38).
De la forma como se ofrece en el altar de Dios, también se recibirá. Quien ofrece parte de sí no puede esperar todo de Dios. Así, como no es justo ofrecer todo de sí y recibir parte de Dios. El Señor no puede cometer injusticias. Cada uno es justificado o merecedor de acuerdo con su propia fe. Entonces, recibe de acuerdo con lo que da.
Quien tiene coraje para entregarse reúne méritos para recibir el premio del Galardonador. Fue justamente lo que sucedió con Zaqueo. Jesús no le pidió nada. Pero él por libre voluntad dio todo lo que poseía. Inmediatamente el Señor lo premió con la Salvación eterna. Ningún cristiano frío, tibio, caído o fracasado puede culpar a terceros por estar así. Cada uno es responsable por sí mismo delante de Dios. Cada uno recibe de acuerdo con la fe que asumió y practicó.
El Señor también enseñó que el Reino de Dios es tomado por esfuerzo, y sólo los valientes toman posesión de él. Los creyentes flojos, perezosos y acomodados se quedan del lado de afuera. Eso porque tienen la expectativa de sentir la fe.
¡Pero la fe no forma parte del alma, y sí del espíritu! La fe sobrenatural solamente se fundamenta en la Palabra de Dios con inteligencia, no con sentimiento ni con emociones.
Y quien espere sentir fe para tomar una actitud, morirá esperando.
Texto extraído del libro “La voz de la Fe” del obispo Edir Macedo