A lo largo de la Historia, muchos escépticos afirmaron – como algunos lo hacen hasta hoy – que varios versículos bíblicos no son más que una ficción. Ya se ha cuestionado inclusive la existencia de personajes como David y Salomón, y de lugares, como Babilonia. Sin embargo, de vez en cuando, los arqueólogos encuentran indicios concretos que confirman, cada vez más, las Escrituras.
En 1 Samuel 31, se narra la batalla en contra de los filisteos, la cual les costó a los israelitas las vidas del rey Saúl y la de sus hijos. Los enemigos, al despojar los cuerpos al día siguiente, identificando al monarca y a sus príncipes, les cortaron la cabeza y expusieron sus cuerpos colgándolos en la muralla de Bet-sán.
La armadura del rey fue llevada a un templo dedicado a la falsa diosa Astarté, en la misma ciudad. En 1 Crónicas 10, se añade que la cabeza de Saúl fue depositada en otro templo de Bet-sán, dedicado al falso dios Dagón.
El pasaje citado fue cuestionado por muchos que afirmaban, inclusive, que tales templos ni siquiera habrían existido. Más tarde, descubrimientos realizados en grandes excavaciones en Bet-sán, en las décadas de 1920 y 1930 – lideradas por los arqueólogos norteamericanos Gerald M. Fitzgerald, Clarence S. Fisher y el británico Alan Rowe, uno de los más respetados profesionales y profesores de esta ciencia- dieron como resultado el hallazgo de dos templos dedicados justamente a Dagón y a Astarté, interconectados por un pasillo, encontrando una gran coincidencia con el relato bíblico.
Hoy, Bet-sán, es uno de los principales sitios arqueológicos de Israel, junto a la moderna ciudad que lleva el mismo nombre. Sus ruinas están abiertas al público – y también pueden visitarse virtualmente a través del Google Street View – como lo muestra la imagen.