“Entonces habló Jesús a la gente y a Sus discípulos, diciendo: En la cátedra de Moisés se sientan los escribas y los fariseos.” Mateo 23:1-2
Moisés fue el hombre escogido por Dios para liberar al pueblo de Israel de la esclavitud egipcia que ya duraba 430 años. La intención del Altísimo era hacer de ese pueblo una gran nación sobre la tierra, por eso le dio Sus Leyes y Sus Estatutos para que los obedecieran y los guardaran de generación en generación.
Moisés recibió las Leyes Divinas y se las transmitió al pueblo. Todo Israel lo respetaba y seguía todas sus instrucciones porque lo reconocía como una autoridad constituida por el Propio Dios para guiarlo a la Verdad.
Es interesante observar que Jesús no Se dirigió a los religiosos, sino a la multitud y a Sus discípulos. Él quiso alertarlos en cuanto a la pretensión de los escribas y fariseos de colocarse como los detentadores de la autoridad de Moisés. Ellos querían que todos los israelitas los vieran como los sustitutos de Moisés, y para quien había sido pasada la misión de conducirlos a la obediencia a las Leyes de Dios. La cátedra de Moisés era la posición más destacada y respetada de todas, por eso era tan codiciada y deseada por aquellos que querían el poder para complacerse.
Vea lo que Jesús dijo sobre el carácter de aquellos hombres:
“Así que, todo lo que os digan que guardéis, guardadlo y hacedlo; mas no hagáis conforme a sus obras, porque dicen, y no hacen…” Mateo 23:3
¡Ahí está la gran diferencia! Moisés poseía la autoridad Divina no porque simplemente le enseñaba al pueblo a obedecer las leyes del Altísimo, sino, sobre todo, porque era un ejemplo de obediencia y respeto a los mandamientos del Señor.
Los escribas y fariseos estaban muy lejos de eso. No pasaban de ser hombres deshonestos y aprovechadores. No tenían ningún respeto y consideración para con lo sagrado. Poco o nada les interesaban los problemas del pueblo, siempre y cuando estuvieran bien y nada les faltara. ¿De qué manera hombres así, con intenciones tan mezquinas y egoístas, podrían tener la aprobación de Dios?
Los verdaderos siervos del Señor Jesús están donde Él está, que es entre los afligidos, desesperados, rechazados, adictos, enfermos, deprimidos, víctimas de injusticias y humillados. Esa es la posición y el lugar donde el siervo de Dios debe estar. Jesús renunció a Su trono junto al Padre para venir a este mundo a vivir entre los perdidos. Él dio todo de Sí para darnos la Salvación. ¡Por eso el Padre Lo honró!
Él honra también a aquellos que sirven a Su Hijo amado. Que no están preocupados por su propia vida ni por sus respectivas familias. Que no tienen la pretensión de ser vistos y elogiados por las personas, sino que lo único que quieren y que les da placer es salvar almas para el Reino de Dios.