Una de las mayores dificultades que tiene el ser humano es la de acertar en sus decisiones. Cuando usted se ve delante de determinada situación que se agravó más de lo que podía prever, inmediatamente viene la clásica pregunta a su mente: “¿Qué hago?”. Entonces, probablemente, usted empieza a hacerle esa misma pregunta a todas las personas a su alrededor, con la intención de recibir alguna ayuda. Pero la respuesta es mucho más simple de lo que usted pueda imaginar.
Oír consejos y ponerlos en práctica, cuando estos sean realmente buenos, es una manera eficaz de disminuir las posibilidades de equivocarse. Pero el problema es saber discernir estos consejos. Entonces, usted se encuentra nuevamente delante de otra decisión: ¿seguir o no ese consejo?
Tal vez usted ya ha intentado responder a esa nueva pregunta considerando una vez más otras opiniones, permaneciendo en un círculo vicioso y nada inteligente. Pero no sirve de nada intentar esquivar la responsabilidad: el peso de sus propias decisiones siempre regresará a sus manos. Tarde o temprano, usted tendrá que enfrentarlas solo.
La buena noticia es que es exactamente así que debe enfrentarlas. Usted evalúa las posibilidades, considera los consejos, pero, a fin de cuentas, quedarán solo usted y los dos caminos por delante. El único método eficiente para tomar decisiones es aquel que solo usted puede hacer por sí mismo: despreciar los sentimientos y usar la fe.
Cuando usted usa los sentimientos para tomar decisiones, sale perdiendo. Los sentimientos tienen el poder de hacer que incluso lo que iba a resultar bien resulte mal. Porque a través de ellos, incluso lo que ya existía desaparece. Por eso, usted debe descartarlos siempre.
Pero cuando usted usa la fe para decidir lo que fuere, sale ganando. La fe tiene el poder de hacer que resulte bien incluso lo que iba a resultar mal. Porque a través de ella incluso aquello que no existía pasa a existir. Por eso usted debe usarla siempre.
“… no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.”, (2 Corintios 4:18).
Usando lo que es temporario, los sentimientos, usted solo alcanza lo que es temporario. Pero usando lo que es eterno, la fe, usted alcanza lo que es eterno.
Las decisiones correctas no son frutos de la suerte, son frutos de una certeza sobre las cosas que se esperan, a pesar de que no sean vistas.
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