En los tiempos del Nuevo Testamento, nadie era más odiado por el ala religiosa, que los cobradores de impuestos, también llamados publicanos. Esa gente, judía de nacimiento, por motivos personales, se volvían títeres en las manos del opresor Imperio Romano. Su papel era recaudar el dinero del pueblo, para alimentar a la máquina del sistema.
El Gobierno les concedía autonomía, para extorsionar al pueblo en general, si el posible, hasta la última moneda. En una especie de concurso público, era publicano el candidato que aceptara como comisión la menor tasa de interés. Después de asumir el cargo, se aprovechaban de la situación y si el impuesto a recaudar era diez cobraban doce y se embolsaban la diferencia. Fue así que muchos acumularon riquezas.
En este contexto, era una práctica habitual en el Imperio transformar a los endeudados en esclavos. O incluso vendían a los hijos de quienes no lograban cancelar sus deudas. La carga tributaria cobrada a los más ricos era absurda, y esto, irremediablemente, afectaba a los más pobres, aumentando así el comercio de los esclavos. Preguntamos: ¿cuántas familias no fueron disueltas debido a las ganancias de los publicanos?
En el Nuevo Testamento, dos cobradores de impuestos se destacan: uno fue Zaqueo (Lucas 19:2-4), que subió a un árbol para ver a Jesús, y otro fue Leví (Lucas 5:27).
Es difícil para una mente religiosa comprender, cómo el Señor Jesús podía haber elegido como discípulo, justamente a alguien perteneciente a ese medio: un hombre, que se enriqueció a costa de la miseria ajena.
El sistema religioso de ese momento enseñaba que para ser aceptado por Dios, era necesario hacer cosas, antes de ser. Siendo así, el ser humano necesitaba probar que merecía el perdón divino, para por fin disfrutarlo.
El Señor Jesús inaugura un concepto completamente diferente, cuando es invitado por Leví a una cena de despedida. En casa, estaba la lista de los pecadores más odiados de Israel. Jesús se sentó a la mesa, y disfrutó acompañado de gente marginada por los religiosos. Sin embargo lo que estaba por venir sería lo que realmente shockearía a los fariseos:
Dijo Jesús: “No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.”, Lucas 5:32.
Jesús se presentó al banquete de los cobradores de impuestos por la misma razón que un médico va al hospital a hacer cirugías. ¡Es allí que se lo necesita!
Esa noche, Jesús estuvo rodeado de personas que nunca se acercarían a Dios, a los Templos, o a los representantes de Él, pero Dios, en la Persona del Señor Jesús, con Su amor incondicional, se acercó a ellos, para darles la oportunidad de la Salvación, ¡que de otro modo, jamás sería posible!
Entre tantos salvos allí, el principal fue el dueño de casa, Leví, sobrenombre del discípulo que conocemos como Mateo – el autor del primer Evangelio.
La conclusión a la que llegamos es que no hay nada que el ser humano pueda hacer que lleve a Dios a amarlo más o menos. En realidad, no somos nosotros quienes Lo aceptamos, pero Él, en Su gran misericordia, nos acepta tal como somos. Por eso, ¡rechace el pecado, y entréguese a Él!