Mucho se habla de que el cristiano se diferencia de la realidad actual… De no ser él quien es notado, sino que Dios se nota en él. Debe servir como luz, reflejando la del Señor, en la oscuridad de la iniquidad y de la desesperanza del mundo.
Tenemos que aprender más sobre Dios, sobre la Biblia. Siempre más. Pero no es solamente eso lo que distingue a un cristiano ante los ojos de sus semejantes y de las personas que todavía no tienen su vida en Dios a través del Señor Jesús – ellas también son sus semejantes.
No sirve de nada ser un catedrático de la Biblia, un tremendo especialista en la Palabra, y no vivirla. No es que sea incorrecto aprender todo lo que fuese posible sobre las Escrituras. Por lo contrario, es siempre bueno. Lo que está equivocado es saber de más… y hacer de menos. No vivir lo que se aprende es una equivocación.
Unas de las maneras de ser diferente, de ser apreciado por las otras personas, que notaran aquel brillo diferente en el cristiano y quedarán curiosos para saber cuál es su origen, es algo que está faltando mucho en el mundo de hoy.
Y, como mundo, siempre pensamos en algo grande. Macro. Pero nos olvidamos que él está formado por pequeñas partes, por mayor que sea en su totalidad. Está formado por los varios medios en los que vivimos. Cada pedacito forma el todo. Está formado por nuestra familia, nuestra calle, nuestro barrio, nuestra iglesia, nuestro club, nuestro gimnasio, nuestra escuela, nuestro trabajo, nuestra cuidad… Y así sigue: provincia, país, continente…
Es en esos pedazos del mundo que vivimos todos los días.
Volviendo a lo que estábamos hablando antes, de que las personas noten algo que está faltando en el mundo: es la educación.
De qué sirve ser un doctor en la Biblia si no sabemos comportarnos en relación a nuestro familiar, vecino, compañero, o incluso respecto a las personas que ni conocemos y encontramos siempre en el subte, en el colectivo, en el automóvil de al lado, en la sala de espera del consultorio, en el ascensor, en la calle…
Y no usar la educación hace que algunos lugares sean desagradables. Puede ser su casa, su trabajo, el tránsito, cualquier lugar de uso colectivo… ¿Nunca se detuvo a pensar que, muchas veces, no es solamente la enorme cantidad de vehículos lo que hace al tránsito desagradable, sino la actitud de algunos conductores que desordenan a todo el mundo?
Ser cristiano no condice con la falta de educación.
Y la educación solo es notada cuando es practicada. Ceder el asiento a una persona mayor en el colectivo, dejar pasar primero a alguien por una puerta (¡hombre o mujer!). No escuchar la televisión o la radio en alto volumen para no molestar a los vecinos cansados, no estacionar en el espacio reservado para discapacitados o gente mayor sin ser uno u otro. No obligar a los otros pasajeros a oír su música del celular (¡que viene con auriculares!). Hablar de todo esto es lindo. Hacerlo, todavía más.
Y la educación también se muestra en algo bien simple, que las personas también están olvidando en lo cotidiano: gracias, buen día, buenas tardes, buenas noches, permiso, discúlpeme, por favor…
¿Cuántas veces dejamos pasar antes a una señorita en el subte, por ejemplo, y ella ni se toma el trabajo de decirnos un simple “gracias”? ¿Cuántas veces nosotros mismos llegamos a un negocio, a una panadería, y hacemos nuestro pedido al empleado, sin un simple “buenas tardes” o un “por favor” antes que nada? ¿Cuántas veces no disminuimos la velocidad o nos detenemos cuando alguien está cruzando la calle por la senda peatonal (¡y mire que eso es ley!)?
Sí. La educación se nota cuando sucede. Aún cuando la otra persona parezca no darse cuenta o se encoja de hombros, en algún momento lo va a notar.
Está bien que mientras el tiempo pasa, incluso parece que las buenas maneras se olvidan y desaparecen. No obstante, eso es antiguo.
Cierta vez, Jesús encontró, de una sola vez, a diez leprosos que le pedían misericordia. Él les dijo que fuesen hasta los sacerdotes. Al obedecer, fueron curados. Sin embargo, solo uno de ellos, un samaritano, volvió. Regresó dando gracias a Dios por su cura, y fue a agradecer al Mesías (Lucas 17:11-19). El propio Jesús quedó impresionado: “¿No fueron diez los sanados? ¿Y dónde están los otros nueve?” (Versículo 17)
Jesús devolvió una vida normal a un hombre que antes estaba condenado por la enfermedad. No es poco. Incluso así, el pobre samaritano volvió, y retribuyó una bendición sin medida como aquella con un simple “gracias”. Y aquel simple gesto llamó la atención de nada menos que el Señor en persona. Él recibió aquel “gracias” de corazón, que Lo hizo feliz en aquel momento.
La próxima vez que pueda ser educado con alguien, piense que eso puede ser simple, pero será un ejemplo a ser seguido.
Van a querer saber por qué usted es tan diferente en este mundo de hoy.
Entonces usted mostrará que es a causa de a Quien usted sirve.