Es interesante notar la diferencia entre los caminos de Abraham y Lot, a pesar de que tuvieron las mismas oportunidades.
De un lado tenemos a Abraham que obedeció el llamado de Dios para dejar Harán y caminar a una tierra desconocida (Génesis 12:1). Él contempló las estrellas del cielo como una promesa del Señor, perseveró y la vio cumplirse en su vida, su mayor sueño se realizó.
Cuando parecía que todo había terminado, estaba feliz. Pero en ese momento, Dios lo llamó a la verdadera prueba y Abraham no la esquivó. Subió al Monte Moriah y se presentó ante el Altísimo. Al final, fue llamado, “amigo de Dios” (Isaías 41:8) y se convirtió en una referencia de fe para todos.
Del otro está Lot, sobrino de Abraham. Él también conocía la existencia del Dios Único; pero en ningún momento de su historia vemos que intentara acercarse al Señor. Por lo contrario, el materialismo se mostró como una de sus características. Lot estaba preocupado solo con el acá y ahora. A diferencia de su tío, no conseguía visualizar que había más que las conquistas de este mundo. Eso se ve en la Biblia cuando se separaron.
“Entonces Abram dijo a Lot: No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos. ¿No está toda la tierra delante de ti? Yo te ruego que te apartes de mí. Si fueres a la mano izquierda, yo iré a la derecha; y si tú a la derecha, yo iré a la izquierda.”, (Génesis 13:8-9).
“Lot era rico materialmente, pero pobre espiritualmente. La condición espiritual de una persona es medida por sus ojos. Si usa los físicos, es porque está preocupado, como en el caso de Lot. Consecuentemente, sus decisiones serán las equivocadas”, analiza el Obispo Macedo, en su libro La fe de Abraham.
Lot perdió todo y terminó sus días viviendo en una cueva. Además, junto a sus hijas generó dos pueblos enemigos del Señor.
Usted qué quiere ¿riquezas? ¿una familia bendecida? ¿curarse?, es natural que lo quiera, pero Dios desea mucho más que eso. El Señor Jesús vino al mundo para ofrecernos algo que durará para siempre. Él quiere que tengamos una visión que transciende las fronteras de las necesidades de este mundo. Él desea que seamos una “fuente rebosante para la vida eterna”, (Juan 4:14).
De la misma manera que lo hizo con Abraham, el Altísimo desea hacer de nosotros la propia bendición (Génesis 12:2).