“¡Los filisteos vienen a ti, Sansón!”
Grité ya sin esperanzas. Después de tantas veces de ser engañada por ese hombre, llegué a creer que nunca conocería sus secretos.
La primera vez que desperté a Sansón con ese alerta, él estaba atado con siete cuerdas de ramas frescas, que aún no estaban secas. Yo estaba asustada, pero tenía esperanzas. Había llegado el día en el que me libraría del fardo de la persecución de mi pueblo, del apodo “traidora” que había recaído sobre mí, desde que me entregué al gran juez de los israelitas.
Los filisteos se lanzaron sobre él, pero no sirvieron de nada esas cuerdas. Como si no fueran nada, Sansón los venció a todos.
Yo conocí a ese hombre en el valle de Sorec, y enseguida nos enamoramos uno del otro. Le gusté por mi belleza. Yo me acerqué a él, entre otras cosas, por su poder. No era un simple juez de su pueblo. Sansón era el hombre más fuerte que había conocido en toda mi vida.
La gente decía que había matado a un león, meses antes de conocerme. Yo no dudaba de que lo había hecho usando solo las manos. Después de todo, lo vi romper cuerdas de ramas frescas y, después, derrotar guerreros. Eso sucedió la segunda vez que lo desperté gritando.
La tercera vez, habiendo entretejido con tela las siete trenzas de su cabeza, y afirmándolas contra la estaca de un telar, me sentí realmente traicionada. ¿O la traidora sería yo?
Desde que oí la voz de Sansón por primera vez, supe que entraría en la Historia. Cuando los de mi pueblo me buscaron, ofreciéndome mil cien monedas de plata cada uno a cambio del secreto de la fuerza de Sansón, supe que entraría en la Historia, pero como traidora.
Bien, me gustaba ese hombre, pero lo conocía muy poco, mientras que a mi pueblo le debía la vida. Los filisteos tenían esclavizado al pueblo de Sansón, tenían sus tierras y hacía mucho que no veían tanto poder en un solo hombre. No podían permitir que los israelitas se reanimaran por su fuerza.
Si me quedaba junto a Sansón, traicionaría a mi pueblo, que a esa altura, ya me trataba como un animal; lo hicieron desde el momento que me interesé por el juez de Israel. Si me quedaba del lado de mi pueblo, sería para siempre la mujer que traicionó al poderoso juez de Israel. ¿Qué podía hacer?
Elegí quedarme con mi pueblo. Junto a quien tiene más probabilidad de vencer esta interminable pelea entre israelitas y filisteos.
Intenté convencer a Sansón para que me cuente su secreto y, con mucha dificultad, obtuve la respuesta correcta. Ordené que le cortaran las trenzas mientras dormía sobre mi regazo. Y ahora veo que los príncipes filisteos lo arrastran, sin ojos…
Seguro que ese hombre morirá, pero jamás será olvidado. Y yo entraré en la Historia como la mujer que traicionó al juez de Israel.
(*) Jueces 16:4-29
[fotos foto=”Gerard van Honthorst”]
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