Constantemente nos deparamos con personas arrogantes, orgullosas, llenas de sí, prepotentes, altivas, que se juzgan superiores a los demás. Difícil convivir con personas así, ¿no es verdad?
Tal vez usted diga: “Gracias a Dios yo no soy así. Soy una persona humilde.”
Siento informarle que usted ya fue contaminado con el virus de la soberbia. Es así. Usted tiene orgullo de ser humilde. Puede tener otras virtudes, excepto la de la humildad.
La soberbia es el origen de todos los pecados de la humanidad y el más nocivo de ellos. Fue por su causa, que Lucifer perdió la posición de querubín de la guarda ungido y se convirtió en el diablo.
Lucifer vivía en el Santo Monte de Dios, era perfecto, lleno de sabiduría y hermosura, pero dejó que su corazón se llenara de orgullo y deseó ser semejante al Altísimo. Por esta razón, fue expulsado del cielo. “Perfecto eras en todos tus caminos desde el día que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad.”(Ezequiel 28:15)
“Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte; sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo.” (Isaías 14:13-14)
¿No es exactamente eso lo que sucede con muchos que alcanzan el éxito profesional, la fama y el poder? Cuando eran personas comunes se mostraban humildes, trataban a todos con respeto y consideración. Sin embargo, fue suficiente que alcancen una posición destacada delante de los demás para que pasen a vanagloriarse y desprecien a los demás.
El ser humano heredó ese orgullo de Lucifer, que encontró una manera de sembrar esa semilla maligna en el corazón del hombre.
El gran problema es que difícilmente la persona orgullosa se reconoce en esa condición. Y esta es la razón de su autodestrucción, porque, si no se reconoce el error, no hay arrepentimiento, y no habiendo arrepentimiento, no hay Salvación.
“Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu.” Proverbios 16:18
La cura
“Existen dos curas para el orgullo: la humildad y la humillación. La segunda normalmente viene después de que usted se niega a adoptar la primera”, escribió el obispo Renato Cardoso en su blog.
Fue exactamente eso lo que sucedió con Nabucodonosor, rey de Babilonia, cuya soberbia era tanta que ordenó que fuese construida una estatua de oro para que todos lo adorasen.
Tiempos después, para quebrar la altiveza del rey, Dios le hizo saber, a través de un sueño – cuya interpretación fue dada por el profeta Daniel -, lo que le sucedería a él y a su reino hasta que reconociese la soberanía del Altísimo.
“Que te echarán de entre los hombres, y con las bestias del campo será tu morada, y con hierba del campo te apacentarán como a los bueyes, y con el rocío del cielo serás bañado; y siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que conozcas que el Altísimo tiene dominio en el reino de los hombres, y que lo da a quien Él quiere.” Daniel 4:25
Sin embargo, antes de que esto le sucediera, tuvo la oportunidad de rever sus conceptos. Pero no quiso seguir los consejos de Daniel: “Por tanto, oh rey, acepta mi consejo: tus pecados redime con justicia, y tus iniquidades haciendo misericordias para con los oprimidos, pues tal vez será eso una prolongación de tu tranquilidad.” Daniel 4:27
Pasaron 12 meses y él continuó lleno de sí. Cuando un bello día, paseando por el palacio real, vino sobre él el cumplimiento de la profecía, pues pensaba en sí mismo: “¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?” (Daniel 4:30) En el mismo instante, la profecía se cumplió, y él fue expulsado de entre los hombres y pasó a vivir como un animal.
Hasta que al final del tiempo determinado por Dios, él recuperó la lucidez y glorificó al Señor, reconociéndolo como el Verdadero Rey, que vive eternamente y que tiene dominio sobre el reino de los hombres y lo da a quien quiere. Así Nabucodonosor fue restituido a su reinado y recuperó la majestad y el poder.
“Ahora yo Nabucodonosor alabo, engrandezco y glorifico al Rey del cielo, porque todas Sus obras son verdaderas, y Sus caminos justos; y Él puede humillar a los que andan con soberbia.” (Daniel 4:37)
Él podría haber sido humilde y haber evitado la humillación si hubiese oído a Daniel. Sin embargo, necesitó ser humillado delante de todos para reconocer su insignificancia delante de Dios.
“La humildad es una elección. Usted puede aprenderla y practicarla. La humillación no es una elección, sino una consecuencia. Esta eventualmente le sucede al orgulloso como resultado de sus propias actitudes”, destacó el obispo Renato.
Así le sucede a muchas personas.
No obstante, el orgullo puede manifestarse de varias maneras. En algunos es más sutil, pero no menos peligroso. Por eso existe la importancia de un autoanálisis.
Según el psicólogo Alexandre Rivero, la persona soberbia se siente superior a las demás, subestima la capacidad ajena y es incapaz de ponerse en el lugar del otro. A causa de sus actitudes, pierde oportunidades en las relaciones sociales, ya que las otras personas pasan a evitarla.
De acuerdo con el especialista, la falta de límites y frustraciones necesarias en la vida crea una omnipotencia y una incapacidad en autocriticarse, pudiendo desencadenar el sentimiento de superioridad.
Paradójicamente, ese sentimiento de superioridad, en muchos casos, también puede ser un indicio de una baja autoestima. “A veces, la superioridad puede ser una compensación del sentimiento de inferioridad. La persona se siente con baja estima personal y busca exaltar sus conquistas, exagerar sus puntos fuertes, queriendo alejar el sentimiento de inferioridad que está presente en sí misma”, explica el psicólogo.
En cierta ocasión, al censurar a los escribas, el Señor Jesús dijo:
“Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.” Mateo 23:12
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