Es comprensible sufrir las consecuencias de los errores pasados. Pero, ¿y después del libramiento cristiano? ¿Por qué tantas aflicciones incluso siendo de Dios?
Estos y otros cuestionamientos han dejado a muchos nacidos del Espíritu perplejos.
Pero en la historia del pueblo de Israel encontramos respuestas consoladoras.
Israel es una región montañosa. En cada ciudad antigua, era costumbre usar montes para construir en su cima la era. ¿Recuerda a la era de Arauna? (2 Samuel 24:16)
Por lo menos para dos cosas servían las eras: una de ellas era para tamizar granos. El trigo, por ejemplo, era hecho migajas juntamente con su cáscara. Luego, lanzado hacia lo alto. Y el viento que soplaba en la colina dejaba de lado la paja, mientras que el trigo caía dentro de la era.
La era también servía como tribunal de justicia. Los ancianos de la ciudad, como jueces, se reunían allí para juzgar las causas del pueblo en general. Debido a su forma redondeada, todos se sentaban unos frente a los otros. Las partes eran oídas y los ancianos decidían.
Ahora bien, se verifica claramente que, en el fondo, ese era lugar de juicio y separación.
Quien es trigo se queda, quien no lo es, ¡se va!
Las luchas son enormes, pero el galardón, según está escrito, ni ojo vio, ni oído oyó, ni han entrado al corazón del hombre las cosas que Dios ha preparado para los que Le aman. (1 Corintios 2:9)
A causa de eso, el Reino de Dios es tomado por la fuerza y solo los valientes, violentos y fuertes lo conquistan. (Mateo 11:12)