¿Cuántas veces escuchamos a alguien decir que le gustaría haber nacido en otra familia, en una de famosos o de ricos? Tal vez hasta lo dijimos, no por no querer a nuestra familia, sino por el hecho de querer saber por qué nacimos en una familia que enfrentó tantos problemas y privaciones.
Muchos desearían haber nacido en otra familia, pero hay una familia superior a todas, incluso a las familias reales, de reyes, de ricos, de los que aparentemente no tienen problemas, porque en las redes sociales siempre están sonriendo, viajando o comiendo en lugares a los que pocos pueden ir.
Dios nos invita a formar parte de esa familia, que es Su familia. Esto está escrito en la Biblia. Incluso, Dios es familia, Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el único capaz de transformar a una criatura (ser humano) depresiva, ingrata, indisciplinada, promiscua, egoísta, mentirosa e incrédula en una hija de Dios, grata, disciplinada, humilde, fiel y responsable. ¿No es lindo eso? No, ¡es maravilloso!
Es maravilloso saber que por medio del Espíritu Santo podemos ser transformados. ¿Y Dios a quién transforma? A todos los que tienen sed de Su Espíritu. ¿No basta desear? No. ¿No basta pedir? No. ¿No basta esperar? Tampoco. Es necesario tener sed del Espíritu Santo, porque sin Él estamos deshidratados espiritualmente.
Así como necesitamos agua para mantenernos vivos, necesitamos al Espíritu Santo, que es el Agua Viva, para mantenernos vivos espiritualmente, para mantener viva nuestra fe, nuestra vida espiritual, nuestra alma.
En las Sagradas Escrituras, podemos ver que Jesús se acercó a una mujer que tenía mucha sed, sed de ser feliz:
«Respondió Jesús y le dijo: Si tú conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: “Dame de beber”, tú Le habrías pedido a Él, y Él te hubiera dado Agua Viva», Juan 4:10.
¿Qué es lo que todo ser humano quiere en vida? ¿Cuál es la sed que todo ser humano tiene en común? La sed de ser feliz. Todos queremos ser felices y tener una familia, hasta los que practican la maldad. Pero, lamentablemente, la sed de la mayoría de las personas está en lo que este mundo puede proporcionar, fama, negocios, cosas materiales, personas, lugares o posición social.
Esa mujer ya había tenido cinco maridos buscando la felicidad, porque tenía sed de una vida amorosa, de un matrimonio y de una familia feliz. Como no lo había logrado, se encontraba amargada y frustrada. Jesús la miró con compasión, porque ahora su situación era otra, estaba con un hombre que no era suyo, es decir, se estaba sometiendo a ser una amante, se estaba dejando usar por el mal para destruir un matrimonio y una familia.
El Señor Jesús no quería darle solo un marido, una familia o una bendición, Él quería que fuera hija de Su Padre, quería que tuviera Su mismo Espíritu. ¡Vea que Dios no hizo, no hace y nunca hará acepción de personas! ¿Eso no es increíble? ¿Pero cuál es el precio? El precio es entregarse al Altísimo, darle el «agua» que nos pide, entregarle todos los años de nuestra vida, compuesto por los sueños y objetivos que tenemos, para que Él nos dé el océano, la fuente del Agua Viva, la fuente de la Vida Eterna.
Tal vez usted no eligió en qué familia nacer, pero hoy tiene la oportunidad de decidir formar parte de la familia de la fe, de la familia de Dios. ¿Qué decide? ¿Vivir saciando la sed de cosas pasajeras y momentáneas o formar parte de la familia Celestial, la familia de Dios, y vivir saciado en esta vida y en la otra, por toda la eternidad?
Obispo Júlio Freitas