La fe inteligente incluye no sólo la meditación y práctica de la Palabra de Dios, sino también exige respuestas y el cumplimiento de Sus Promesas. Está relacionada al raciocinio y a la capacidad de juzgar,
evaluar, en fin, verificar la finalidad de la propia fe. Lo más interesante en ese tipo de certeza es su rechazo en aceptar la idea de que el bien y el mal tienen el mismo origen. ¿Cómo admitir una fuente de la que surge agua dulce y amarga al mismo tiempo? ¡No tiene sentido y ni es, del punto de vista racional, inteligente! Pero la fe emocional ni siquiera cuestiona la aberración y cuando es solicitado, busca argumentos filosóficos para sustentar su tesis. El problema es que la fe emotiva no tiene poder para combatir el mal y entonces lo admite como algo natural e inherente a la
vida. Como muchos dicen: ¿recibimos el bien de Dios; no recibiremos también el mal?
La fe emotiva habla respecto al sentimiento natural de certeza humana. Es circunstancial porque depende del momento. Si este es propicio, entonces ella es fuerte. Por eso, si las circunstancias son adversas, la fe natural se evapora. La mayor y más significativa diferencia entre la fe racional y la emotiva está en la disciplina. Mientras la primera se somete a la disciplina del Reino de Dios, la segunda por su propia naturaleza rebelde no se adapta a reglas. Por eso, la fe emotiva no da acceso a las mismas conquistas que la fe sobrenatural.
Podríamos comparar la fe emotiva con el camaleón, que dependiendo del lugar donde esté, puede camuflarse con su color. O como el zapallo, que absorbe fácilmente el sabor de la carne, del pescado o del pollo. Pero el ajo es diferente. Sea cocinado con carne, pescado o pollo, siempre mantendrá su sabor. Así es la fe emotiva. Se comporta de acuerdo a las
circunstancias del momento porque está asociada al corazón engañoso.
Bíblicamente, la fe emotiva se ejemplifica con la carne. Por eso, quien se deja llevar por ella jamás logra establecerse en el Reino de Dios. Cuando el asunto es sobre la fe, las personas lo asocian a la religión, costumbres o tradición. Y ni se dan cuenta de la enorme diferencia que hay entre la fe emotiva y la fe racional. ¡No consiguen discernir la diferencia que hay entre ellas ni por los frutos que dan! Eso sucede porque el espíritu de la fe emotiva, además de cegar el entendimiento, oprime con el fanatismo religioso, cosa que no sucede con la fe inteligente y sobrenatural porque viene del Espíritu de Dios. Es consciente y equilibrada en su práctica. Por eso no existe ningún conflicto con la razón. Al contrario, ellas se completan, caminan juntas, son compañeras y dependen una de la otra.
La fe sobrenatural es espiritual, racional e incluye el ejercicio constante del raciocinio. Por eso, fe sobrenatural es fe inteligente. Es inteligente porque no está fundamentada en la emoción humana. Pero sí en la capacidad racional de aceptar y practicar la Palabra, cuya fuente es el Supremo Ser de la inteligencia y del saber: el Dios de Abraham, de Isaac y de Israel.