Un día, la Fe, la Esperanza y el Amor salieron por el mundo para ayudar a los afligidos… ¿Quién de los tres sería capaz de realizar el mejor trabajo para la gloria de Dios?
A la orilla del camino encontraron a un pobre paralítico que sufría desde su nacimiento. Él permanecía todo el tiempo en aquel lugar, mendigando a las almas caritativas, a fin de obtener el sustento para sobrevivir.
Delante de esa situación, la Fe se posicionó antes que la Esperanza y que el Amor, y se dispuso a resolver el caso:
– Esperen aquí. Voy a realizar mi obra en la vida de este infeliz y arrancarlo de esta situación miserable.
Sin demora, la Fe llevó al hombre la Palabra de Dios y esta penetró en su corazón. Inmediatamente el paralítico se rebeló en contra de la situación. Usando la Fe que ahora poseía en su corazón, determinó su cura. Oró a Dios y sus huesos y articulaciones se volvieron firmes. ¡Por primera vez en su vida se puso de pie y por eso saltó de alegría!
– ¡Estoy libre! ¡Estoy libre! – gritaba con euforia. La fe lo había liberado. Ahora él era un nuevo hombre. Estaba realmente libre de las opresiones de la enfermedad. No necesitaba más quedarse a la orilla del camino para mendigar, y mucho menos padecer los dolores de antes. ¡Qué obra maravillosa había realizado la fe!
Sin embargo, pasada la euforia de las primeras horas, el hombre recordó que no tenía adónde ir. Él no tenía casa, amigos, o cualquier profesión que le diese condiciones de establecerse en la vida. Lo único que sabía hacer era mendigar el pan. La incertidumbre invadió su corazón.
En ese momento, la Esperanza sintió que era su hora de actuar:
-Déjenme ayudar a ese hombre. Haré por él lo que la Fe no pudo hacer.
Así, ella lo llevó a lo alto de una montaña e hizo que viese los campos fértiles de la tierra. De esta manera, su corazón fue cambiado y entendió que podía prosperar. Movido por la fuerza de la Esperanza se levantó y se puso en camino. Luego consiguió trabajo en un campo cercano y rápidamente aprendió a cultivar la tierra. En poco tiempo, había ahorrado lo suficiente para comprar su propio campo.
Con la Fe y la Esperanza renovaba sus fuerzas cada día, y en pocos años expandió grandiosamente sus negocios. Sus cosechas pasaron a ser exportadas en barcos, alcanzando puertos en todo el mundo. Tenía muchos empleados y se volvió uno de los hombres más ricos de la Tierra.
La Fe y la Esperanza estaban satisfechas con el maravilloso trabajo que habían producido en la vida de aquel hombre. Entonces, las dos le dijeron al Amor:
– No te preocupes por realizar tu obra. Ves que juntas, cambiamos completamente la vida de este hombre, haciéndolo saludable y próspero.
Así, el Amor partió en búsqueda de a quién pudiese ayudar.
El hombre siguió creciendo. Su imperio se expandió por todos lados. Eran tantas sus casas que muchas de ellas él ni siquiera conocía. Viajó por el mundo entero pero no había nada más que lo sorprendiera. Pero, con el pasar del tiempo el hombre perdió el interés en la vida, se volvió fastidioso y triste.
-Tengo todo lo que un hombre pudiera desear, pero todavía me siento vacío – decía él.
La fe y la Esperanza se preguntaban qué podrían hacer para hacerlo fuerte como antes. Él ahora poseía todo lo que la Fe y la Esperanza podían conquistar. No necesitaba el milagro de la cura, ni la esperanza para creer en el éxito de su futuro, pues era muy rico.
-¿Quién podrá ayudarnos? – se preguntaban – No queremos que la obra que realizamos en la vida de este hombre se desmorone porque grande sería la ruina.
Así, las dos fueron en búsqueda del Amor para pedirle ayuda.
El Amor volvió con ellas y realizó la obra en el corazón de aquel hombre. Al sentir Amor, él pasó a entender a Dios y a Su extraordinaria obra. Comenzó a ver surgir en sí mismo un cambio completo que le trajo el deseo inmenso de tener comunión con Dios, y estos momentos eran ahora mucho más importantes que todo lo que había experimentado antes. Más importantes que su salud y prosperidad.
Surgió también en su vida el deseo de ser útil, de ayudar a otros que padecían, como él había sufrido un día a la orilla del camino. Así, olvidándose de sí mismo se dedicaba a servir al prójimo. Cada día su fuerza aumentaba. Su motivación ahora, venía del Amor y de la transformación que veía en la vida de aquellos a quienes ayudaba.
De esta manera encontró la felicidad y nunca más la perdió. La Fe y la Esperanza entendieron que, por más que sus obras hubiesen sido de una grandeza extraordinaria, con el pasar del tiempo, sin el Amor todo perdía sentido. La Fe es rápida, la Esperanza permanece por más tiempo, pero el Amor nunca se acaba.
Por eso el apóstol Pablo nos enseña en el versículo 13 del capítulo 13 del primer libro de Corintios: “Ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor.”
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