Todo lo que empieza bien, termina bien, pero si usted comienza mal, termina empeorando. Abraham es un ejemplo de eso. Dios le dijo: “Vete de tu tierra y de tu parentela”. En esa época solo dejaba su tierra natal quien era fugitivo o ladrón. Pero él no se preocupó con lo que los demás iban a pensar y obedeció la voz de Dios.
De la misma forma sucede con los que quieren seguir al Señor Jesús hoy, pues una cosa es decir que usted cree en Él y otra es seguirlo.
Por ejemplo, usted deja su vida atrás, pero mantiene su pasado presente cada día. Eso sucede cuando usted se queja, murmura o duda debido a una situación particular. Eso demuestra su falta de seguridad y de confianza en Dios.
Quien está en la fe siempre mira hacia delante. Y, quien está en la fe, es aliado del Espíritu de Dios. Llorar por la leche derramada no cambiará nada en su vida. Hay personas que dejan de pensar en la fe y la promesa de Dios y se preocupan por las circunstancias. Si miramos las circunstancias, nunca saldremos adelante.
Pedro tuvo la fe suficiente para bajar del barco y no hundirse. Mientras miró a Jesús, también caminó en la aguas como Él. Pero cuando dejó de mirar a Jesús, comenzó a hundirse.
No existe forma de manifestar la fe si no es a través del sacrificio. Muchos dejan el sacrificio de lado, esperando la gracia de Dios, y ese es el motivo por el cual existen muchos creyentes con la vida arruinada.
Pero la fe es así: usted cree o no. Quien cree, va, el que no cree, se queda. Abraham caminó durante casi 25 años en la presencia de Dios sin ver Su promesa, hasta que un día vio la Gran Promesa de Dios naciendo de Sara: era su hijo Isaac.
Hay un conflicto entre la fe racional y la fe emotiva. “Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago.”, (Romanos 7:19).
Si no hay sacrificio, no hay obediencia; si no hay obediencia, no hay fe; y sin fe, no hay conquista.
Si usted no sigue la Palabra de Dios, ¿cómo espera ser bendecido por Él?
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