Es necesario tener un corazón humilde delante de Dios, para aceptar a quienes nos son enviados y recibir la ayuda que nos vienen a traer.
Trabajando, por muchos años, como misionero en África, vi a muchas personas sufriendo. Creo que todas Le piden ayuda a Dios en sus oraciones. También creo que en respuesta a esas oraciones somos enviados a ayudarlas, sin embargo muchas no nos aceptan.
Se cuenta que en 1940, una pequeña ciudad de Florida, en Estados Unidos, fue asolada por fuertes tempestades. A medida que las lluvias se prolongaban, el sistema de desagües fue deficiente y comenzaron a inundarse los barrios más bajos.
El gobierno entonces, anunció por la radio y televisión, que los habitantes de esos lugares deberían refugiarse en gimnasios y predios públicos, en la parte alta de la ciudad, donde recibirían asistencia hasta que pudiesen volver a sus casas.
En una de las calles de la parte baja, uno de los ciudadanos se negaba a dejar su casa. Decía que tenía fe en que Dios iba a socorrerlo. Sus vecinos, antes de partir, golpearon insistentemente a su puerta, pidiéndole que los acompañara. Por lo menos unos diez. A todos les respondía:
– ¡Dios me va a salvar!
La calle quedó desierta. Las otras también, además de todo el barrio. Hasta los gatos y cachorros se fueron. Solamente el hombre continuaba en su casa.
El agua cubría la calzada, avanzaba por el jardín y estaba llegando a la puerta de la casa, cuando un enorme camión del Ejército, desplazándose lentamente, anunció que si alguien todavía estaba en el lugar, debía subir inmediatamente. El hombre ni apareció.
Vio al agua entrar por debajo de la puerta, anegando la sala. Subió a la silla, de la silla a la mesa, de la mesa al techo.
A esa altura los soldados del Cuerpo de Bomberos, inspeccionando el área, se aproximaron en un bote e insistían para que él los acompañara. Lanzaron una cuerda, salvavidas y nada. El hombre en el tejado de la casa repetía:
– ¡Dios me va a salvar!
Al atardecer, el nivel del agua ya le tocaba los pies cuando un helicóptero de la Fuerza Aérea lo iluminó con un potente reflector. Fue desenroscada una escalera, la cual se balanceaba con el viento y le tocaba los brazos y el cuerpo como si le pidiese que subiese en ella. El hombre encogió las piernas para huir del agua y ni siquiera miró para arriba. El helicóptero se fue en búsqueda de otros que quisiesen socorro. La lluvia continuó cayendo y el hombre murió ahogado.
Llegó al cielo renegando y empezó a reclamar y preguntar por qué su fe no había sido honrada. Entonces, le dijeron:
– Su oración llegó aquí y la respuesta volvió de inmediato. En su socorro fueron mandados más de diez vecinos, el Ejército, los Bomberos y finalmente un helicóptero de la Fuerza Aérea. ¡Pero usted no aceptó ninguna ayuda!
La Biblia enseña que Dios constituyó autoridades gubernamentales y espirituales. El corazón humilde las conoce, respeta y acata. Y así vive con sabiduría.
[related_posts limit=”12″]