La duda quita el sueño, desestructura el interior del ser humano y hace que el alma se desasosiegue. Sin paz, no hay satisfacción, incluso con la mejor comida, la mejor compañía, el mejor ocio o el mejor trabajo.
Todos los días, durante el período que estamos despiertos, tendremos que elegir entre la Fe o la duda. Entre ver a los hechos de la vida y a las personas bajo la óptica de Dios o bajo la óptica humana. Tendremos que decidir vivir en el Espíritu o en la carne. No hay un tercer camino.
Quien vacila en su confianza en el Altísimo, le abre una puerta a la duda. A partir de entonces, esa persona comienza a trabar una batalla interna entre la certeza de la concreción de las Promesas Divinas y la incredulidad.
Vale la pena recordar que sentimientos como miedo, ansiedad y preocupaciones, así como dudas, también neutralizan la Fe y roban la paz. Pero, contrariamente a la duda, la Fe garantiza la paz, el equilibrio y la seguridad del alma.
Cuando se está en la Fe, se está en el Espíritu, y viceversa. En ese caso, no existe la más mínima chance de temores, estrés, tormentos y aprensión.
Afirmo, por lo tanto, que la Fe y la paz caminan juntas, y lo que proporciona esa armonía y esa fuerza es la práctica de la Palabra de Dios.
Quien apoya su mente en los Preceptos Divinos vence todo. Para este, no hay mala suerte, envidia, amenazas del mal o afrentas. Por eso, el Todopoderoso nos estimula a vivir de Fe en Fe, después de todo, en ausencia de este extraordinario poder dentro de nosotros, las dudas prevalecerán. Por otro lado, en la práctica diaria de la Fe, Dios nos proporciona disfrutar de mucha paz, y ninguna barrera nos hará tropezar, como está escrito:
“Mucha paz tienen los que aman Tu ley, y no hay para ellos tropiezo.” Salmos 119:165