Todos los milagros narrados en las Sagradas Escrituras tuvieron la participación, primero, del hombre, y después, de Dios. En realidad, depende exclusivamente de cada uno de nosotros la realización del milagro que queremos para nuestra vida. Eso significa que un 50% de las posibilidades de que el milagro sea realizado va a depender de la persona que lo desea: la parte faltante le corresponde a Dios. En otras palabras, lo que tenemos que hacer para que suceda el milagro que queremos nadie lo puede hacer por nosotros, ni siquiera Dios. La otra mitad, la que no podemos hacer, solo Dios podrá realizarla: esa es Su parte.
La razón por la cual muchas personas no experimentan milagros en sus vidas se debe al hecho de que ellas no han realizado su parte, quedando a la expectativa de que Dios haga todo. Dios no hará en la vida de una persona nada que ella no desee.
Veamos, por ejemplo, los milagros de la naturaleza: el ser humano, usando la inteligencia y la capacidad que Dios le dio, planta la semilla del fruto que quiere cosechar en la tierra debidamente preparada por él; esto es su parte. La tierra, a su vez, ayudada por la lluvia y el calor del sol, las obras de Dios, hacen suceder el milagro de la multiplicación. Todo eso sucede porque fue determinado por Dios: “Produzca la tierra hierba verde, hierba que dé semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra.”, (Génesis 1:11).
De la misma forma, Dios coloca en nuestros corazones la capacidad de efectuar milagros semejantes a los que la tierra ha efectuado. Con la semilla de Su Palabra en nuestros corazones, podemos producir milagros multiplicados, porque de una sola fuente viene la semilla, tanto para la tierra como para nuestros corazones.
Observemos con cuidado el ejemplo relatado en Hebreos 11, cuando, por la fe en el Dios Vivo, algunos siervos del Altísimo sometieron reinos; atravesaron el Mar Rojo y el Río Jordán a pie seco; practicaron la justicia; obtuvieron grandes promesas; cerraron bocas de leones; extinguieron la violencia del fuego; escaparon del filo de la espada; de la debilidad sacaron fuerzas; se hicieron poderosos en guerra; pusieron en fuga ejércitos mucho más numerosos y fuertes, permaneciendo firmes bajo las circunstancias más adversas.
Por eso también, Dios fue exaltado sobremanera, a través de la fuerza y el coraje de esos hombres, que supieron utilizar la fe sobrenatural como secreto de la victoria.
Para que un milagro sea realidad en la vida de cualquier persona es necesario que ella tome la iniciativa y busque la realización de su deseo, solo entonces, Dios hará la parte que Le corresponde.