“Fuerte es aquel que conoce su propia debilidad”, dice un antiguo dicho. La Biblia lo comprueba muchas veces, al mostrar ejemplos de los que supieron ver los límites de la fuerza humana y confiaron sus vidas en las manos de Dios en los momentos decisivos. David, en ese entonces un simple niño flaquito que fue a llevarles comida a sus hermanos al campo de batalla, venció al guerrero más temido de los enemigos, un gigante. Tres hermanos, Sadrac, Mesac y Abed-nego, entraron humildes a un horno súper caliente y ni siquiera sudaron. En 2 Corintios 12, Pablo ya habla más directamente del tema. Se hizo famosa su frase “porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.”
¿Y en un ayuno, cuando nos privamos de algo por voluntad propia, priorizando a Dios? Los ojos mundanos pueden pensar que alguien se está limitando porque no ve los partidos de la Copa del Mundo, no juega a un videojuego, no lee libros seculares, o no se interesa por cualquier recurso mediática. Sin embargo, los mismos ojos del mundo no son capaces de ver que aquella persona está más cerca de Dios justamente por darle a Él la atención que le daría a esas otras cosas. De lo que parece una debilidad para algunos, viene la fuerza de otros. La fuerza que va más allá es la que viene de Dios, contra la cual nadie y nada pueden.
En un ayuno alimenticio, usted sabe que su cuerpo puede parecer débil sin comida, pero también sabe que, llevando el propósito seriamente, Dios entra con esa fuerza que ni la persona mejor alimentada del planeta es capaz de tener. Tanto es que la sensación de hambre disminuye a cada momento, y el enfoque en lo espiritual gana más fuerza.
Es allí que entra una cuestión muy interesante: cuando tomamos consciencia de esa fuerza superior a la nuestra y la dejamos actuar, esta permanece con nosotros mucho después de que el ayuno haya terminado. Habiendo probado eso, sabemos que nuestras fuerzas en el día a día no marcan la diferencia cuando la fuerza de Dios está adelante. Reconocemos que somos limitados, pero que Él nunca lo fue, no lo es y nunca lo será.
Jesús, en el auge de su ayuno de 40 días en el desierto, fue capaz de enfrentar al propio diablo. Pero fue capaz porque usó la Palabra de Dios y su plena convicción de que era Él, el Padre, quien Le daba fuerzas en ese momento, y no la comida, bebida o personas y cosas a Su alrededor. Estaba sin alimento, y también lejos de la civilización, sin distracciones, 100% enfocado en Dios.
Lo que venció al diablo no fue una persona, sino Su conexión directa con Dios. Y Jesús mostró que no es necesario ser el Mesías, como Él, para tener derecho a esa conexión.
Si usted lleva el “Ayuno de Jesús” seriamente, conquistará la verdadera fuerza en su vida, que le servirá por mucho y mucho tiempo después de esta cuarentena de grandes descubrimientos.
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