“Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a Nuestra imagen, conforme a Nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra …” Génesis 1:26
Cuando vemos a una persona de Dios, vemos a Dios en ella, porque su carácter, su conducta, están de acuerdo con Él.
Las personas suelen decir cuando ven a los animales, a la naturaleza: “¡Qué grande es Dios!”
Pero el brillo de Dios es visto cuando uno mira a una persona de Dios.
Los animales no fueron hechos a imagen de Dios, sino los seres humanos. Por eso somos nosotros los que debemos reflejarlo en nuestras vidas.
Siendo fieles, fiel a la esposa, fiel al marido.
La naturaleza no fue creada a imagen de Dios, sino nosotros.
La gente tiene que ver a Dios en nuestras vidas.
Pero es imposible que lo vea en quien es de una manera adentro de la iglesia y de otra manera afuera de ella.
El hombre de Dios no necesita que su esposa esté cerca para serle fiel.
Cuando alguien entra a la casa de una persona de Dios, observa y pregunta: “No tienes imágenes, ¿en quién crees?”, entonces ella puede contestar: “Yo soy la imagen de Dios”.
Dios quiere usarnos como referentes de Él en esta tierra, pero para eso tenemos que sacrificar todos nuestros deseos, nuestra vida vieja.
Dios no es visto en los animales, Él es visto en Sus hijos, que son los que Le obedecen, los que tienen el Espíritu Santo.
“Y en los postreros días, dice Dios, derramaré de Mi Espíritu sobre toda carne, y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán; vuestros jóvenes verán visiones, y vuestros ancianos soñarán sueños; y de cierto sobre Mis siervos y sobre Mis siervas en aquellos días derramaré de Mi Espíritu, y profetizarán. …” Hechos 2:17
Él lo prometió, y una vez que eso sucede, la persona pasa a ser la imagen de Dios. El secreto de todo es recibir el Espíritu Santo.
Si la persona quiere el Espíritu Santo, debe entregar toda su vida, debe decir: “Ya no quiero ser quien soy”.
Entonces, el Espíritu entra en ella y la convierte en un Altar ambulante, y pasa a ser la imagen de Dios y a tener una vida plenamente bendecida, para que los que la miren digan:
“¡Dios está en esta persona!”
Piense en esto.
Obispo Francisco Couto