Las primicias son los primeros frutos. En el principio de la civilización, el primer hijo hombre era extremadamente considerado y festejado; era el primogénito o la primicia del matrimonio.
La ley mosaica imponía que los primogénitos, fueran personas o animales, serían consagrados al Señor porque simbolizaban al Primogénito de Dios: Jesucristo.
Los diezmos, como primicias, también tipifican a Jesús y así como Él fue el diezmo de Dios para la salvación de la humanidad, también el diezmo lo es para prédica del Reino de Dios.
En cada experiencia humana, existe siempre la figura del primero: los primeros pasos, las primeras palabras, el primer día de clases, la primera profesora, el primer amor, la primera experiencia sexual, el primer hijo, el primer trabajo; en fin, todo lo que ocupa la posición del número uno queda marcado y difícilmente es olvidado.
La figura del primero no está restringida solo a las primeras experiencias de la vida, sino también a las primeras relaciones de la vida. Normalmente, la madre biológica o aquella que cría al bebé son las personas más consideradas entre todas. Eso es así porque son ellas las primeras que se relacionan con él desde su nacimiento.
Las madres biológicas inician esa relación antes, durante la gestación. De cualquier forma, las madres son las primeras personas que cuidan al bebé; los familiares más cercanos vienen después.
Sin embargo, hay ciertos momentos en la vida en los que se tiene que hacer la elección por lo más amado, el más importante y más considerado. Un ejemplo simple es el momento de la entrega de la primera porción de la torta de cumpleaños. ¿Será para la madre o para el padre? ¿Para quién será?
El niño ama a los dos, pero la primera porción solo puede ser ofrecida a uno. En este exacto momento, queda registrada la persona a quien considera más. El primer pedazo de la torta define la primera persona en la vida del cumpleañero. Trazando un paralelo simple entre un hecho y otro, esta es la idea principal de los diezmos.
Los diezmos son el elemento divisor entre los que han colocado al Señor Jesucristo en primer lugar en la vida en distinción a aquellos que no lo hacen. A causa de eso, Dios también promete abrir las ventanas de los cielos sobre quienes practican el diezmo y derramar bendiciones hasta que sobreabunde.
¿Sería esta una promesa verdadera o solo una ilusión? ¿ Sería una exageración de parte del Altísimo prometer “bendiciones hasta que sobreabunde y hacer de Su pueblo una tierra deseable”?
El hecho es que, al colocar a Dios en primer lugar en nuestra vida, por cuestión de merito, Él también queda en la obligación de responder de la misma forma. Es decir, de considerar al fiel en primer lugar.
Es una cuestión de honra: “Yo honraré a los que Me honran, y los que Me desprecian serán tenidos en poco.” (1 Samuel 2:30)
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