Según el diccionario, incompetencia es la incapacidad de hacer algo con éxito. En mi opinión, es más que eso. Es el hábito de aceptar el fracaso, las cosas mal hechas, y de dar excusas por eso.
El fracaso y la mediocridad son increíblemente adictivos. Usted falla en algo o hace algo más o menos y las consecuencias no son buenas pero tampoco son tan malas. Usted perdió algo, pero no perdió mucho. Fue llamado a la atención, dio alguna excusa, o pidió disculpas, y quedó así.
¿Adivine lo que va a suceder la próxima vez?
Usted va a fracasar y va a ser mediocre de nuevo. Y de nuevo. Y claro, siempre tendrá alguna perfecta excusa para justificar todo. En la punta de la lengua.
El problema en realidad, es que usted desarrolló el hábito de la incompetencia. Tal vez eso comenzó allá en su infancia, con padres tan habituados a la incompetencia como usted. Pero no vamos a culparlos totalmente por algo que en el fondo es su elección. Al final, usted ya no es una criatura.
Tal vez usted haya sido siempre sobreprotegido por las personas de su entorno, que lo quieren, y por eso lo cuidaron de las consecuencias de su incompetencia. Queriendo amarlo, ellas le impidieron aprender las duras lecciones que solo la vergüenza del fracaso y la pérdida de algo valioso pueden enseñar.
La buena noticia es que la competencia también es un hábito. Usted puede invertir su manera de pensar, hablar y actuar y dejar de ser un incompetente en serie.
Comience abandonando las excusas. Eleve sus patrones. Espere solamente lo mejor de sí mismo y de los otros. Repita el proceso.
Extraído Blog Obispo Renato Cardoso
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