Cuando labres la tierra, no te volverá a dar su fuerza; errante y extranjero serás en la tierra. Y dijo Caín al SEÑOR: Grande es mi castigo para ser soportado. He aquí me echas hoy de la tierra, y de Tu presencia me esconderé, y seré errante y extranjero en la tierra; y sucederá que cualquiera que me hallare, me matará. Y le respondió el SEÑOR: Ciertamente cualquiera que matare a Caín, siete veces será castigado. Entonces el SEÑOR puso señal en Caín, para que no lo matase cualquiera que le hallara. Génesis 4:12-15
Me quedé pensando en esa palabra y preguntándome: ¿Por qué Dios no mató a Caín para vengar lo que le hizo a Abel? ¿No hubiera sido eso un acto de justicia por lo que había hecho?
Sin embargo, el Espíritu me dio una revelación sobre eso: Dios prefirió poner en él una “marca”, y a donde quiera que él llegara todos la verían. Él iba a ser una vergüenza en cualquier lugar, incluso los que nunca habían oído hablar de él sabrían que algo malo tenía, pues esa “marca” lo denunciaría en todos los lugares. Aquella humillación era peor que la muerte.
Dios vengó a Abel haciendo que Caín viviera humillado todos los días de su vida, con la intención de que se arrepintiera de lo que hizo, cosa que, aparentemente, no sucedió.
Eso me remite a la situación de tantas personas, inclusive aquellas que son consideradas siervas de Dios, cuyas ofrendas han sido rechazadas por Dios, como la de Caín, pues no han puesto toda el alma a lo que hacen. ¡No hay sangre, no hay vida! Son indolentes, engañadoras, fingidas, solo muestran una apariencia de santidad, pero llevan una vida completamente contraria a la Palabra de Dios.
Delante de los hombres, de la institución, son una cosa, pero por detrás son otra. Intentan demostrar que sirven al Altar, y quien las ve incluso piensa que son de Dios, sin embargo, cuando analizamos la vida de esas personas, son un fracaso continuo. No hay lugar donde se desarrollen, es un fracaso tras otro. Terminan siendo una vergüenza para el Evangelio, deambulando de un lado a otro, sin rumbo, sin dirección, envidiosas, intentando a toda costa matar a los “Abeles” que crecen y se desarrollan.
¿No sería eso la “Marca de Caín”? Pues incluso aquellos que no las conocen y no saben de sus vidas, pueden ver claramente esa marca del infierno estampadas en ellas. El odio y la envidia forman parte de su vida.
Dios incluso podría arrancar a esas personas de la faz de la tierra, sin embargo, ¡Él las deja, como a Caín, para que sean humilladas en todas partes, viviendo fugitivas y errantes, hasta el día en que se arrepientan o mueran en su engaño y pecado!
El poder de decisión está en las manos de cada uno. Mi ministerio, mi matrimonio, mi vida van a ser el reflejo de la ofrenda que he ofrecido en el Altar de Dios, pues la ofrenda justifica o condena al ofrendante. Eso es individual, y nadie puede ser hecho responsable, a no ser yo mismo.
PD: Cuidado con los “Caínes” que andan por ahí, destilando su veneno de envidia y odio, tratando de hacer que usted, así como él, lleve la Marca del Infierno.
Colaboró: Obispo Franklin Sanches