Imagine la siguiente situación: usted tiene muchos amigos, le gusta salir a todos lados, disfruta de la compañía de personas que aparentemente son buenas, pero en el fondo sabe que no le traen tanta alegría y paz como se fuerza a creer. Pasado un tiempo, conoce a alguien que es muy especial, que está listo para liberarlo de un tormento inesperado. Sin embargo, cuando esa persona le pide que deje las malas amistades, que abandone su vida anterior, que suelte esas angustias que nadie fue capaz de arrancar y que siga adelante; usted, sin más, le dice que no.
Eso fue lo que le pasó a la mujer de Lot. Lot era el sobrino de un hombre rico llamado Abraham, cuya riqueza crecía vertiginosamente. Dado que sus posesiones se multiplicaban día a día, los pastores de sus rebaños empezaron a tener conflictos. Por los problemas que surgieron entre los administradores, decidieron separarse.
Entonces, Lot tomó su esposa, a sus dos hijas y todas sus posesiones, junto con su rebaños, y partieron a una tierra donde tenían todo, allí estaba Sodoma.
La mujer de Lot tenía todo allí, por eso, debería tener privilegios y disfrutar de las mejores cosas del lugar. Los bienes de la familia estaban allá; el marido, probablemente era considerado y honrado en la ciudad, pues era uno de los que se sentaba en sus puertas (como solían hacerlos los alcaldes); sus yernos también eran de Sodoma. Pero la ciudad estaba llena de corrupción, perversidad sexual y tan inundada de pecado que el propio Dios decidió destruirla.
Sin embrago, antes, tenía que sacar a Lot y a los suyos de allí. Uno de los mensajeros de Dios, que avisaron sobre el fin de la ciudad, dijo: “…Escapa por tu vida; no mires tras ti, ni pares en toda esta llanura; escapa al monte, no sea que perezcas” (Génesis 19:17) Pero su esposa hizo exactamente lo contrario: “Entonces la mujer de Lot miró atrás, a espaldas de él, y se volvió estatua de sal” (Génesis 19:26).
La mujer de Lot no retuvo el aviso de no mirar atrás, prefiriendo arriesgarse y matar el sentimiento de nostalgia de sus errores, de sus antiguas amistades, sus pésimas actitudes. Ella necesitó mirar hacia atrás para ver con sus propios ojos la promesa de Dios cumplida.
Alerta
Esta mujer es citada solo dos veces en la Biblia y no aparecen registros de su nombre. Pero aun así su acto rebelde fue suficiente para que Jesús la recordara y nos advierta: “Acordaos de la mujer de Lot” (Lucas 17:32)
Eso fue una alerta que Cristo hizo a todas las mujeres y hombres. Es un aviso para todos nosotros del peligro que significa mirar hacia atrás, y es un llamado de atención a la inutilidad de volver al pasado y buscar revivirlo siempre. La mujer de Lot de hoy puede ser Juan, José, María, Ana o tantas otras personas que buscan en lo que pasó la fuerza motora para continuar viviendo una vida amargada, sufrida y engañadora.
En resumen, ella fue emocional. La mujer de Lot logró obedecer a Dios por un momento, pero, como sus emociones estaban a flor de piel, su razón quedó perturbada y la desobediencia fue inmediata. Con su corazón en el pasado, lo que atinó a hacer fue mirar para atrás como buscando rescatarlo.
Pero, lo que la mujer de sal no sabía era que el corazón es atraído por el error, y es tan seductor y tan fuerte que solo la razón puede neutralizarlo. Lo que la mujer de sal ignoraba era que usando la fe racional estamos capacitados para obedecer hasta el final– preservando nuestra vida, aunque sea momentáneamente, en una cueva.
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