La palabra de sabiduría no solo revela la capacidad de juzgar correcta y actuar prudentemente, sino también la habilidad de comprender y transmitir las cosas más profundas del Espíritu de Dios. Es cierto que hay vínculos importantes entre la sabiduría y el conocimiento; pero, hay una gran diferencia entre ellas, porque la sabiduría capacita para juzgar correctamente usando el conocimiento.
Por ejemplo: cuando Dios escogió a Salomón para que fuese rey, con el fin de sustituir a su padre, el rey David, le dijo que Le hiciese una petición y Salomón, inteligentemente, Le pidió sabiduría.
Algún tiempo después, vino la oportunidad para que Salomón aplique la sabiduría que Dios le había dado: Dos mujeres vinieron en litigio delante de él, cada una adjudicándose como suyo a un niño recién nacido.
Salomón provocó una reacción en el corazón de la verdadera madre, que hasta entonces él desconocía, cuando amenazó con dividir al niño por la mitad y dar una parte a cada una de ellas. La verdadera madre prefería perder a su hijo antes que verlo muerto. Mientras que la falsa madre poco se preocupó con el destino de la criatura. Mediante esos hechos, Salomón tuvo la sabiduría necesaria para hacer justicia.
El Espíritu Santo, a través de este don, nos conduce a decisiones sabias e inteligentes y con toda justicia, porque no faltan situaciones difíciles entre el pueblo de Dios, que precisan soluciones urgentes; a veces, casos de vida o muerte.
Entonces esta herramienta es imprescindible, especialmente para aquellos que tienen responsabilidades en la comunidad cristiana, pues la palabra es como una pequeña llama, que puede tanto incendiar toda una selva, como también purificar el oro. Con una palabra podemos matar o hacer vivir. Y nadie mejor que el Espíritu Santo para darnos la palabra correcta en el momento preciso, con el fin de edificar, construir, dar vida…
(*) Texto extraído del libro “El Espíritu Santo”, del obispo Edir Macedo.