Carmen Gutiérrez vivía enferma, su esposo la llevaba al médico pero no le encontraban nada. “Ni los médicos sabían a qué se debían los fuertes dolores de cabeza que yo sentía. Toda mi vida había buscado ayuda en la casa de los espíritus pero cada vez estábamos peor. Los clientes no entraban y la mercadería no se vendía, por lo que tuve que cerrar los tres negocios y vivía enferma, me medicaban porque era muy nerviosa”, cuenta.
Su hija menor tenía perturbaciones espirituales, no podía dormir del miedo porque veía a una mujer de negro sentada en su cama y a los 19 años murió en un accidente de tránsito. Desde ese momento Carmen entró en un estado depresivo muy fuerte. “Un día encontré la pileta con un aceite negro, los curanderos me dijeron que era un daño para que un miembro de la familia muriera. Cuando murió mi hija, me medicaron con antidepresivos, tenía un acompañante terapéutico, pero no dormía, me sentía culpable… Recuerdo que mi hija me había dicho que regresaría a las 12 h, entonces todos los días a esa hora la esperaba en la puerta”, agrega.
A los pocos meses ella llega a la Universal y Dios obró en su vida de manera extraordinaria. “El primer día pude dormir, porque yo iba a grupos de autoayuda para padres y volvía peor, en la iglesia comenzó el cambio. Perseveré en las reuniones y en la Hoguera Santa y vi como Dios quitó la tristeza de mi interior, me consoló y me dio fuerzas para luchar. Además, me curó de cáncer de mama, porque tanto dolor hizo que me apareciera un quiste en el pecho. Yo dije, si Dios me sacó de la depresión y me consoló por la pérdida de mi hija, un cáncer no es nada comparado con eso, entonces usé mi fe y fui sanada. Los médicos comprobaron que el cáncer desapareció.
Dios me dio la posibilidad de comprarle una casa a mi hija mayor, compré parte de un centro médico donde trabaja mi esposo que es terapeuta, aparte tiene otro consultorio, también compramos dos autos 0 km”, afirma.
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