En el medio de la noche los vecinos oyeron:
“¡Señor, señor, ábrenos!” Cinco mujeres desesperadas gritaban del lado de afuera. No importó cuántas veces golpearon la puerta, no se habría.
Las cinco debían saber que es necesario prevenirse. Tal vez lo sabían pero no lo hicieron. “Cuando alguien tiene un objetivo, debe medir todos los posibles obstáculos y estar preparado para atravesarlos.” Eso es lo que los ancianos decían. No fue eso lo que aquellas cinco hicieron.
Cuando las diez vírgenes salieron para encontrarse con el novio, la mitad del grupo fue prudente, fue precavida, llevaron todo lo que necesitaban. La otra mitad dejó a la emoción sacar lo mejor de la razón, dejaron de llevar el aceite necesario para mantener las lámparas encendidas.
Bien, cada muchacha tenía que cuidar bien sus pertenencias. Todas se quedaron dormidas esperando al novio, quien se tardó mucho. Todas soñaron con el casamiento perfecto. No todas estaban cerca de lograrlo.
“¡¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle!!”
Y fueron, todas salieron corriendo, la mitad en la oscuridad.
“Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan.” Pidieron.
“Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas.” Oyeron.
No es bueno que las muchachas salgan solitas cuando su novio está llegando. Menos aun cuando pasa la media noche. El novio, hombre prudente, pensó lo mismo. Y les prohibió que entraran a la casa, sin importar cuánto golpearan la puerta. Entonces, solo se casaron las cinco prudentes.
Eso fue lo que Él nos contó aquel día, en el Monte de los Olivos. Dejó muy claro: prepárense porque no saben cuándo llegará el juicio final.
(*) Mateo 25:1-13
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