El que quiera ser de Dios debe pasar indiscutidamente por tres bautismos: en las aguas, en el Espíritu Santo y en el fuego.
El bautismo en las aguas sucede cuando la persona está arrepentida de sus pecados y se sumerge en el agua decidida a comenzar una nueva vida con el Señor Jesús. Por otra parte, el bautismo con el Espíritu Santo sucede cuando el Espíritu del Señor desciende al interior del ser humano para guiarlo en todos los momentos. Sin embargo, el bautismo de fuego ocurre cuando la fe de una persona es probada en una determinada circunstancia.
El ejemplo del Señor Jesús
La Biblia registra los tres bautismos en el Hijo de Dios: primero, fue bautizado en las aguas por Juan el Bautista y, de forma inmediata, recibió el Espíritu Santo. Consecuentemente, fue llevado al desierto por el propio Espíritu. Durante un período de cuarenta días, el Señor ayunó y también fue tentado por satanás porque, al fin y al cabo, Él estaba en la Tierra como hombre y necesitaba demostrar que todos también podían vencer.
El fuego purifica
Dios permite que la lucha sea tan grande y tan difícil para que la persona sea moldeada y preparada para las grandezas que Él tiene para darle. Es normal que en esos momentos muchos se sientan solos e incluso tengan la sensación de que Dios los abandonó. No obstante, es en el bautismo de fuego que el cristiano se vuelve invencible y más fuerte.