Elena Álvarez creyó que había nacido para sufrir. Desde muy pequeña, sintió el desarraigo de ser arrancada de su hogar.
“A los 5 años mi papá decidió que me fuera a vivir lejos de mi familia. Me llevaron a la casa de un familiar y yo no entendía nada. Mi niñez fue muy traumática, yo buscaba escapar”.
El tiempo fue pasando y para ella era cada vez más difícil el dolor de estar alejada de su familia y los conflictos con las personas con las que vivía iba creciendo. “En mi adolescencia me escapaba para salir con mi amiga, no quería ir a la escuela, aunque me esforzaba, no me podía concentrar. Conocí a mi primer novio, me enamoré y pasados unos años de que estábamos comprometidos, él falleció.
Empecé a trabajar, me independicé y me fui a vivir con una amiga. Después conocí al que fue mi esposo, los primeros años todo bien, pero después cambió todo. Pasaron los años y empezaron los problemas espirituales. Era imposible vivir en mi casa, no podía dormir, escuchaba voces, estaba nerviosa y todo me molestaba. En mi casa se rompía todo, era como una película de terror, tenía muchos problemas.
La relación con mi esposo se fue desgastando y un día me enteré que me estaba siendo infiel. Cuando supe eso yo decidí que se fuera de mi casa”.
A la difícil situación que estaba pasando a Elena se le sumaron los problemas de salud:
“Tuve problemas ginecológicos, un tumor en el útero que no es muy común. El primer diagnóstico fue embarazo, porque crece y tiene los mismos valores hormonales que un embarazo. Después me hicieron más estudios y me detectaron lo que realmente tenía: Mola. Me dijo que probablemente me iban a tener que extirpar el útero”.
Como si no fuera poco, aparecieron también los problemas económicos: “Yo perdí el trabajo, trabajaba en el Ministerio de Economía, para mí las puertas se habían cerrado completamente. Me quedé sola con mis dos hijos y 300 pesos de ingresos”.
Pero Elena decidió luchar por su vida, sabía que sería duro, pero hizo un pacto con Dios para terminar con su sufrimiento. Ella no se conformó con lo que el médico le dijo y determinó su sanidad: “Me dieron quimioterapia y una cirugía como tratamiento, pero yo invoqué el nombre de Dios, tenía la certeza de que Él me iba a sanar.
El día que iba a comenzar con la quimio el médico me dijo que no lo necesitaba. El tumor desapareció, estoy sana, no necesité cirugía. Estoy libre de mis problemas espirituales, de mis traumas del pasado, mi vida económica está completamente restaurada. Mis hijos están bendecidos, felices y tengo una buena relación con el padre de ellos. Soy muy feliz, gracias al poder de Dios”.
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