Servir a Dios no puede volverse una carga o un obstáculo en la vida de una persona, y cuando eso sucede, es el momento de presionar el botón de emergencia y detenerse a reflexionar si lo que está haciendo para Dios es acorde a aquello que está viviendo. ¿Cuántos son los siervos que, por alguna razón, están dejando de lado la fe y los planes de Dios parta vivir su propia historia?
Si bien es natural correr para tener una vida bendecida, adquirir bienes, crecer profesionalmente, ser exitoso y ostentar la grandeza de Dios, es común ver a personas que prioricen los asuntos materiales y se olvidan de la verdadera fuente que posibilita la realización de todos los deseos y sueños.
La vida con Dios en segundo plano y el desgaste en la relación entre la persona y Dios, termina por abrir un gran espacio que, muchas veces, no percibido a tiempo, hace cada vez más difícil el regresar a la práctica del primer amor. De esa manera, la muerte espiritual es inevitable.
El pasaje bíblico de la resurrección de Lázaro, es la prueba de que Dios puede resucitar la vida de una persona que realmente quiere ese libramiento para convertirse en un instrumento usado por Él. Claro que, cuando el Señor Jesús realizó el milagro, resucitando a Su amigo, se refería a la materia del cuerpo, pero trayéndolo para los días de hoy, Lázaro puede ser representado por la vida espiritual de cada individuo. Lea Juan 11:1-46.
Esa resurrección puede comprenderse como un avivamiento espiritual, con el objetivo de llevar a aquellos que sirven a Dios a un momento de entrega total, renovación de los votos y promesa de servirlo en primer lugar.
“…Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir.” (Juan 11:43-44).
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