El proceso de la revelación es simple y directo. Dios no necesita contar una historia, dar ejemplos o siquiera decir una frase. Basta una única palabra y toda Su voluntad es transmitida de forma perfecta y comprendida automáticamente por el siervo. ¡No existe la más mínima chance de duda! ¡Eso es porque cuando Dios actúa, nadie puede interferir!
Al recibir la revelación, el siervo debe ponerla en práctica inmediatamente, pues es imposible guardar, tener o esconder para sí una revelación divina. Así es la fe sobrenatural: la revelación Personal de Dios a los que creen.
Nada es más importante que la fe sobrenatural revelada por el Espíritu de Dios al ser humano. La importancia está en el hecho de que la fe esté en la salvación eterna del alma y en la vida abundante
en la Tierra, prometida por el Señor Jesús.
Inspiración y expiración
Cada revelación es una nueva inspiración, un nuevo descubrimiento y un nuevo mapa de una nueva mina.
La extensión y la profundidad de una revelación divina pueden ser vistas en el desarrollo de la propia vida en la Tierra. Para que haya vida es necesario que haya inspiración y expiración de oxígeno. Sin ese proceso en la naturaleza no hay vida. Lo mismo se da con las revelaciones divinas, que necesitan de la inspiración del Espíritu de Dios en Sus siervos. Las revelaciones divinas pasan a los discípulos a través de la inspiración de Su Palabra.
En obediencia al Señor, los discípulos transfieren tales revelaciones al pueblo por medio de la predicación del Evangelio. Eso es la expiración del cuerpo de Cristo. Quien cree y es bautizado recibe vida eterna. La revelación divina abre el entendimiento humano para la visión de Dios sobre determinados asuntos.
En el período de la Antigua Alianza la revelación se le daba apenas a los profetas, sacerdotes y líderes de Israel. Sobre la Nueva Alianza, todos los sellados con el Espíritu Santo tienen el mismo privilegio, o sea, no se necesita ser un oficial de la Iglesia para tener una revelación divina. Basta mantener al día su comunión con Dios.
Texto extraído del libro “La voz de la Fe” del obispo Edir Macedo