Casi todos los autores de estudios del Apocalipsis han estado de acuerdo en que, a partir del quinto capítulo, el libro de la Revelación se vuelve una gran incógnita, especialmente hasta el capítulo 19.
La esperanza de descubrir los misterios del Apocalipsis ha impulsado a los hombres más eruditos a aplicar sus talentos y a consumir su tiempo en la búsqueda de respuestas.
Muchas hipótesis y conjeturas bien intencionadas han sido hechas en este sentido, lo que no nos impide investigar, meditar y buscar en el Espíritu Santo la revelación de lo desconocido.
Frente a esto, el propio Dios, a través de Su Espíritu, tiene interés en revelar el significado de estas profecías, con el objetivo de fortalecer a la Iglesia de Su Hijo y, así, prepararla para el arrebatamiento, que será inmediatamente antes de la Gran Tribulación.
Además de esto, estoy convencido de que si las mismas no tuviesen el propósito de ser reveladas, en especial para la Iglesia del final de los tiempos, no hubieran sido transmitidas. Las explicaciones que expongo expresan solo una visión personal de lo que creo que es una inspiración de Dios.
El paralelo entre los acontecimientos mundiales y las profecías apocalípticas se han estrechado a tal punto que no deja ningún margen de duda sobre el hecho de que ya estamos viviendo el inicio apocalíptico. Nuestro Señor nos dejó como advertencia las siguientes palabras:
“De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas.” (Mateo 24:32-33)
“Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.” (Mateo 24:37-39)
Por lo tanto, el cristiano necesita mantenerse alerta permanentemente y cuidar que el ladrón no robe el tesoro más precioso que el Señor Jesucristo nos ha dado: nuestra Salvación eterna.
(*) Fragmento retirado del libro “Estudio del Apocalipsis”, del obispo Edir Macedo.
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