“Y por ellos Yo me santifico a Mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.” Juan 17:19
Uno de los sentimientos humanos perdidos instantáneamente cuando se recibe el Espíritu Santo es el egoísmo. Eso es porque cuando somos bautizados con la personalidad de Dios (Espíritu Santo), pasamos a presentar las mismas características de Él, y entre todas las cosas negativas que Dios no carga en Su naturaleza está el egoísmo.
Muchas veces nosotros presenciamos la reacción de personas que confiesan haber sido bautizadas con el Espíritu Santo, y dicen tener un deseo casi incontrolable de salir y decirles a todos lo maravilloso que es Dios, y cómo es posible que ellos también Lo tengan. Y ese es, sin duda alguna, un comportamiento natural de aquellos que reciben la naturaleza Divina dentro de sí, e inmediatamente se da el comienzo de una jornada de entrega total, fe y mucho sacrificio.
Lo que muchas veces permanece oculto al conocimiento de los nuevos sellados con el Espíritu de Dios es la inmensa responsabilidad que ese acontecimiento representa, no solo para ellos mismos, sino para la humanidad. Cada nuevo bautizado recibe la totalidad de Dios dentro de sí, y de igual modo recibe también una multitud de espectadores invisibles que observarán lo que será hecho a partir de aquel momento. Ángeles, demonios, cielo e infierno estarán atentos al nuevo representante de Dios en la tierra.
La responsabilidad de haber recibido del Señor Jesucristo tamaña confianza, llega a ser inquietante, y por esa razón se inicia una verdadera batalla. Pero esa batalla tiene sabor diferente, no es agotadora ni trae miedo. Esa batalla nos santifica, nos separa todavía más de la vida natural y egoísta que teníamos antes del bautismo. La lucha diaria para mantenernos santificados ya no es apenas por nosotros mismos, es decir, para mantener la propia Salvación, ¡de ninguna manera!
El Espíritu Santo pasa a enseñarnos que tenemos que vivir en santificación por nosotros mismos, pero también por los afligidos, por todas las personas que el Padre nos confió. Y, solamente a través de esa santificación, podremos santificar a otros, solo así todo lo que hagamos para salvar tendrá el efecto duradero que tanto anhelamos.
Si usted un día fue bautizado con el Espíritu Santo, entiende que su vida nunca más será la misma, y que ahora usted tiene una responsabilidad con otras vidas. Usted entiende que para lograr santificar a otros, necesita hacer eso con usted mismo diariamente. La santificación borra cada día más nuestros deseos terrenales. La santificación multiplica nuestras fuerzas y nos impulsa a llevarles fuerzas a los demás.
¿Usted conoce ese viejo dicho (egoísta)?
“Cuando la harina es escasa, ¡mi porción primero!
¡Quien tiene al propio Dios dentro de sí, multiplica la harina que era escasa, se alimenta, va y les distribuye a los demás la porción hecha con la harina antes escasa!