En la época de Gedeón, tanto él como el pueblo vivieron oprimidos por los madianitas, durante 7 años. El sufrimiento no terminaba, porque hacía falta que estuvieran indignados y que tomaran una actitud de fe, pero la reacción del pueblo fue huir de los enemigos, e irse a las cuevas a esconderse. Dios quería librar al pueblo de la situación en la que vivían, pero necesitaba a alguien de valor y de fe, que estuviera indignado, hasta que Dios encontró a Gedeón. Él no estaba escondido en las cuevas, él estaba trabajando, mientras los demás estaban escondidos.
Dios observó la actitud de Gedeón y le dijo: “… El Señor está contigo, hombre esforzado y valiente. Gedeón le dijo: “Ah, señor mío, si el Señor está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto? […] Mirándolo el Señor, le dijo: “Ve con esta tu fuerza y salvarás a Israel de manos de los madianitas. ¿No te envío yo?”. (Jueces 6:12-14). La fuerza de Gedeón no estaba en las armas o en el tener un buen ejército, la fuerza de Gedeón estaba en su fe y en su indignación.
Gedeón le respondió de nuevo: “Ah, señor mío, ¿con qué salvaré yo a Israel? He aquí que mi familia es pobre en Manasés, y yo soy el menor en la casa de mi padre”. El Señor le dijo: “Ciertamente yo estaré contigo, y tú derrotarás a los madianitas como a un solo hombre”. (Jueces 6:15-16).
Para Dios poder darle la victoria a Gedeón él tenía que sacrificar. El sacrificio es una demostración de fe y significa la dependencia de Dios. Solo sacrifica aquel que cree en el poder de Dios. Cuando una persona manifiesta su fe a través del sacrificio, ella pone su vida en la total dependencia de Dios. “Aconteció que esa misma noche le dijo el Señor… Toma después aquel segundo toro y sacrifícalo en holocausto con la madera de la imagen de Asera que habrás cortado”. (Jueces 6:25). El sustento de la familia de Gedeón estaba en aquel toro, pero Dios se lo estaba pidiendo, para que a partir de ese momento, su confianza y dependencia estuviera solo puesta en Él. Gedeón no dudó, no tuvo miedo y obedeció a Dios.
Gedeón convocó al pueblo y reunió treinta y dos mil hombres, pero los madianitas tenían ciento treinta y cinco mil hombres, muy bien armados. Pero aún así Dios dijo: “Hay mucha gente contigo para que yo entregue a los madianitas en tus manos, pues Israel puede jactarse contra mí, diciendo: “Mi mano me ha salvado”. (Jueces 7:2). Cuando uno sacrifica, no es la fuerza de nuestro brazo, nuestra sabiduría o nuestra capacidad que nos va a dar la victoria, es la mano de Dios que se mueve para darnos la victoria. “Ahora, pues, haz pregonar esto a oídos del pueblo: “Quien tema y se estremezca, que madrugue y regrese a su casa desde el monte de Galaad”. Regresaron de los del pueblo veintidós mil, y quedaron diez mil. El Señor le dijo de nuevo a Gedeón: Aún son demasiados […]. Entonces el Señor le dijo a Gedeón: “Con estos trescientos hombres que lamieron el agua os salvaré, y entregaré a los madianitas en tus manos; y váyase toda la demás gente cada uno a su lugar”. (Jueces 7:3-7).
La oportunidad para ellos poder obtener la victoria era nula, Matemáticamente hablando un hombre de Gedeón tenía que enfrentar 450 hombres de los madianitas, esto parecía algo imposible. Todo se hacía aún más difícil, ya que ellos solo tenían como arma una espada y un cántaro en la mano con antorcha de fuego. En cambio los madianitas, estaban muy bien armados. Pero con apenas 300 hombres, Gedeón obtuvo la victoria.
Como hijos de Dios tenemos que vivir una vida abundante y si usted, está indignado con la situación que está viviendo, entonces usted hará algo que llame la atención de Dios. Si de hecho y de verdad sacrifica para Dios, tenga la seguridad de que Él se manifestará en su vida y usted verá la respuesta de Dios.
Dios los bendiga.