El Altar es el único lugar donde se celebran casamientos.
Por más simple que sea el Altar, aun así, es requerido por todos para formalizar la unión definitiva de los novios.
Eso es porque el Altar es el que sella la unión; el que garantiza la bendición de la santificación, de la aceptación y, finalmente, de la alianza eterna.
El Señor Jesús enseña que el Altar es el que santifica la ofrenda.
El fracaso en el casamiento solo sucede porque la entrega de los novios en el Altar, o sea, la “ofrenda” no fue válida, no fue aceptada por Dios, como sucedió con la ofrenda de Caín.
Pero cuando el empeño de la palabra de los novios es seguido de práctica, entonces el Altar acepta y los santifica. Entonces, el casamiento es hasta que la muerte los separe.
De hecho, el destino del casamiento es sellado en el Altar. Depende de la disposición conjunta de los dos en obedecer al juramento realizado en el Altar.
El espíritu de Dios evalúa si las ofrendas (los cónyuges) van o no a cumplir la palabra empeñada.
Siendo así, Él acepta las ofrendas y santifica esa unión o no.
Lo mismo sucede en relación a la Salvación del alma.
Muchos se han ofrecido en el Altar con lágrimas de remordimiento. El remordimiento no es aceptado en el Altar.
El Altar solo recibe a la ofrenda (a la persona) arrepentida de verdad.
Entonces el Altar es restaurado y los sacrificios aceptables, como la ofrenda de Abel.
De lo que se concluye que todo en la vida depende de lo que se ofrece en el Altar.
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