Cinthia, desde pequeña, vivió experiencias duras. “Tuve que cartonear a los 8 años para poder llevar un plato de comida a mi casa, fui abusada por personas que debían cuidarme, mi papá nos abandonó y mi mamá se pasaba todo el día fuera de casa para poder alimentarnos”, enumera.
“Por eso, crecí con dolor”, asegura y agrega: “Cargaba con un resentimiento hacia los hombres y la sociedad”. Fue así como, a los 20 años, ingresó al mundo de los vicios. “Conocí la noche, la vida nocturna y empezaron a presentarme personas mucho más grandes que yo. Bebía alcohol, me drogaba con pastillas, cocaína, marihuana y ketamina. Todo lo que me ofrecían, lo probaba con el fin de intentar llenar el vacío que sentía”, señala.
Ella sostiene que las sustancias le daban “una aparente tranquilidad, un momento para olvidar todo lo malo” y añade: “Las drogas eran la anestesia que necesitaba para vivir y que nada me afectara”.
Sin embargo, Cinthia asegura que las sustancias la llevaron a cometer errores. Al respecto señala: “Me arrepiento hasta el día de hoy. En ese estado, me animaba a hacer cosas que en mi sano juicio no lo hubiese hecho”.
“Tenía mi departamento, una vida económica estable, pero no gracias a mi trabajo, sino por haber estado con personas mucho más grandes que yo y por ser llevada a prostituirme. Eso sucedía a raíz de la falta de amor propio que buscaba suplir con las personas. Toqué el fondo del pozo al ver que tenía todo, pero, aun así, sentía un vacío. Ni las drogas ni las compañías podían llenarlo”, cuenta.
Esa situación la llevó a pensar en la muerte: “Cuando experimenté esa soledad, creí que mi vida no tenía sentido. La primera idea que se me vino a la cabeza fue la del suicidio y tuve varios intentos. Quería tener paz y descanso, cerrar los ojos y no tener que pensar en nada”.
Con todo ese sufrimiento, llegó a la Iglesia Universal. “En las primeras reuniones que participé, entendí que sola no iba a poder, que tenía que buscar a ese Dios que hacía milagros en los demás y que había sanado enfermos porque yo sentía que lo que vivía era una enfermedad”, resalta.
Por último, señala: “Puse en práctica la Palabra y comencé a ver los resultados poco a poco. Gracias a Dios, fui libre de todos los vicios. Él me dio una familia, me casé y logré conseguir un trabajo estable. Mi vida cambió totalmente”.
Para ponerles fin a los vicios, iniciá el tratamiento gratuito, el domingo a las 15 h en Av. Corrientes 4070 – Almagro.
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