El Decálogo (los Diez Mandamientos) es claramente, hasta hoy, un modelo eficaz de justicia y de bienestar social. Pero va mucho más allá, une al hombre a Dios en la práctica, no sólo abstractamente. Es comprensible que los Mandamientos de Dios inspiren hasta hoy a los legisladores occidentales de varios Estados de nuestro planeta.
Sin embargo, no podemos llegar a los días de hoy sin pasar por el Nuevo Testamento y su figura más importante, el Señor Jesucristo. Él es la principal autoridad que legitima la Ley, por varios motivos. Él mismo dijo que no la derribaría, sino que la cumpliría.
Un ejemplo muy práctico de que el Mesías era defensor de las reglas que el propio Dios entregó al pueblo: Jesús citó la Ley tres veces (Deuteronomio 6:13, 16; 8:3), como argumento, y cerró la boca de Satanás, quien lo tentaba en el desierto (Mateo 4).
Cuando fue cuestionado por un escriba sobre cuál era el mayor mandamiento de todos (Marcos 12:28-30), Jesús fue directo: citó Deuteronomio 6:5.
Pablo, fiel seguidor de Cristo, usó la misma táctica en sus epístolas, exhortando al pueblo. Citó Deuteronomio, en Romanos 10:5.
El Señor Jesús, con Su habitual inteligencia, consiguió una proeza: resumió todos los Mandamientos en el amor a Dios y al prójimo. Existiendo ese doble respeto, los otros Mandamientos son una consecuencia natural – al igual que los beneficios de una vida plena para todos.
De esta forma, es más fácil entender por qué Él criticaba tanto a quien seguía la Ley solamente por ser la ley – por eso llamados “legalistas”-, para sentirse en su lugar dentro de la sociedad, garantizar su status. No la seguían por amor a Dios y sumisión a Él, lo cual era su objetivo principal.
Además de la Ley mosaica y de la justicia humana, tenemos el perdón de los pecados por medio de la Gracia en la Nueva Alianza con Dios, garantizada por la sangre de Jesús.
Después de ver en la práctica, cómo la inteligencia Divina veía, desde la Antigüedad, lo que precisamos hoy y continuaremos necesitando en el futuro – desde un simple individuo hasta una nación entera- es más difícil creer que la Biblia es un libro distante de la realidad humana – hasta quien no cree está sujeto a ella, sin saberlo.