Roberto Souza Rocha, más conocido como Latino, es un éxito como cantante y compositor hace más de 20 años. Uno de los artistas más animados y exitosos de Brasil con canciones que son famosas en varios países y que encantan a multitudes. Sus shows y participaciones en programas de TV y radio son siempre disputados, y lo acompañan un gran número de fans por donde pasa.
Pero su vida no fue siempre así. De origen humilde, conoció desde temprano la vida cruel de las calles. Como tantos otros niños esparcidos en las grandes ciudades, él vivía por las esquinas y en los bancos de las plazas de la ciudad de Rio de Janeiro.
Los proyectos sociales no lo alcanzaron y solamente la ayuda de los transeúntes sustentaba su pobre alimentación y su vicio al pegamento.
Uno de esos días que parecía ser como cualquier otro, sucedió algo que cambiaría su vida para siempre. La conocida plaza Méier, por donde deambulaba y de la que conocía cada centímetro, tenía un movimiento diferente. Un joven evangelista, que había abandonado todo por el sueño de ganar almas, comenzaba en la glorieta un movimiento de fe. En la simplicidad y en la escasez de recursos, usaba todas sus fuerzas para que el mensaje llegara a todos los que estaban allí. Roberto era una de esas personas que, aun siendo tan joven, ya sufría con el dolor y el rechazo proporcionados por la vida.
Pero se atrevió a creer en ese mensaje que declaraba el poder de la fe. Una fe que, aunque fuera minúscula como el grano de mostaza, podría traer a la existencia cosas extraordinarias.
Para la fe no existe incapacidad o destino trazado. Y poco importan los orígenes o las circunstancias por las cuales las personas nacen, sino la manera como estas deciden creer y vivir.
Estas palabras quedaron grabadas en su mente, pues desde pequeño alimentaba el sueño de convertirse en un cantante – hasta entonces algo imposible para su realidad. Aunque todos a su alrededor lo ridiculizaran, él vio allí la posibilidad de cambiar de vida. En cada reunión que participaba, la fe lo hacía más fuerte para superar sus dificultades.
Las investigaciones muestran que la vida en las calles rápidamente lleva a la marginalidad y al submundo de las drogas. Por eso, si no hubiera sido por la fe, ese también podría haber sido el destino de Latino.
Y después de tantos años de éxito, subiendo y bajando de los escenarios, deseaba encontrar nuevamente a ese joven evangelista de la vieja y sucia glorieta que marcó su vida. A él le gustaría agradecerle, porque si no hubiera sido por aquellas palabras, no hubiera tenido fuerzas para ser lo que es hoy.
Ese pequeño movimiento de fe se transformó en la Iglesia Universal del Reino de Dios, que aunque tenga grandes e innumerables templos con millones de miembros por el mundo, continúa con la misma esencia de alcanzar a los despreciados y afligidos, sea en los guetos o en las mansiones; en los grandes centros urbanos o en las regiones agrestes. La Universal trabaja incansablemente para acoger a analfabetos e intelectuales; jóvenes y ancianos, ricos y pobres… Todos, sin distinción, son tratados con dignidad.
Y ese rechazado evangelista, que se convirtió en el líder espiritual de esta Iglesia, continúa predicando el mismo mensaje que lo bendijo a sí mismo y a tantos otros, como al propio Latino. Mensaje este que restaura vidas, que realiza sueños y que produce incontables frutos de transformación.