No creo que las personas orgullosas sean así porque eligieron serlo. No logro imaginarme que alguien, un día, haya decidido: “¿Saben? De ahora en adelante voy a ser orgulloso”. Por lo tanto, el orgullo entró sin que esa persona lo percibiera. Pero, ¿cómo? No tengo la respuesta.
Pero creo que una de las razones es que las personas así se enamoraron de sí mismas. De alguna manera comenzaron a admirar mucho más sus propias cualidades por encima de las demás personas, al punto de despreciarlas o considerarlas inferiores.
No me mal interprete: todo el mundo necesita una buena dosis de amor propio. Eso es bueno y saludable. Pero las personas orgullosas lo llevan demasiado lejos.
No es por casualidad que Dios requiere que las personas Lo amen por encima de sí mismos: “Si alguno viene a Mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser Mi discípulo.” (Lucas 14:26)
La única seguridad que tenemos contra el orgullo es amar a Dios por encima de todo, de todos y hasta de nosotros mismos.
Por lo tanto, es imposible que una persona conozca y ame a Dios y sea orgullosa.
(*) Respuesta retirada del blog del obispo Renato Cardoso
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