Un gran error de muchas personas, principalmente de estudiosos de la religión, es presuponer que la persona religiosa es alguien alienado de la realidad empírica y que vive inmerso en un “mundo espiritual”. Esos críticos se olvidan de que la fe, aunque no sea irracional, es algo sobrenatural y muchas veces está más allá de la razón humana.
Para el cristiano, la fe es una fuerza o un poder del Espíritu Santo que actúa en nosotros. Cuando damos lugar a esa fuerza tomando actitudes en función de ésta, se hace posible aquello que hasta el momento era imposible.
El Espíritu Santo es quien ilumina, aclara y aviva la Palabra de Dios en nuestros corazones. Cuando oímos el mensaje de Dios y buscamos aplicarlo en nuestra vida, entonces, la Palabra está actuando por la fe, porque por el simple hecho de que una persona quiera tomar cualquier actitud motivada por la actuación del mensaje de Dios que escuchó y creyó, ya es una señal de que el Espíritu Santo se está moviendo; “porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad.” (Filipenses 2:13).
La fe, por lo tanto, aunque sea consecuencia de la influencia del Espíritu Santo sobre la persona que la tiene, depende de la voluntad de la persona de aceptarla y ponerla en práctica; y el poder natural de esa fe es fruto de la acción del Espíritu que actúa según la voluntad de Dios.
La Biblia está repleta de narraciones de grandes e extraordinarios milagros que retratan el inmenso poder de la fe. Algo que escapa a la simple razón, es el episodio en que Josué, ordenó que el sol fuera detenido en el cielo hasta que él venciera a sus enemigos (Josué 10:12-150). Este es uno de los más notables ejemplos de fe en la Biblia.
El hecho es que Josué, poseedor de una gran fe, provocó el milagro que quería en aquel momento. Es importante notar que fue él quien provocó el milagro, aunque el Espíritu Santo haya colocado en su corazón el deseo de orar y determinar la realización de su pedido. Fue Josué quien osó hablar con el Señor Dios en presencia de los israelitas y pedir que el sol se detuviera en medio del cielo y no se apresurase a ponerse mientras no venciera a los enemigos (Josué 10:13-14).
A través de la fe, los montes pueden obedecer a una voz y caminar naturalmente como si tuviesen oídos y piernas; por medio de la fe, también los vientos y la tempestad pueden cesar en un abrir y cerrar de ojos; por la fe, se puede andar sobre las aguas como si fuera tierra firme; la fe opera milagros extraordinarios e incomprensibles a la limitada razón humana.
La fe es sumamente valiosa y necesaria. A través de ésta, el ser humano puede tornar posible lo imposible, traer a la existencia lo inexistente y hacer que sus sueños y deseos se conviertan en realidad. Nuestro Dios, de entre las grandes cosas que tiene para darnos, guarda en Sus Tesoros el don de la fe. Para recibirlo, basta querer y buscar en el Señor Jesús.