¿Cómo alguien, en su sano juicio, cambiaría lo visible por lo invisible? ¿Lo que existe por lo que no existe? ¿Lo concreto por lo intangible? Solo los que manifestaron la fe pudieron hacer eso, y solo los que la manifiestan lo pueden hacer.
Cambiar lo seguro por lo incierto fue la especialidad de los héroes de la fe.
Abraham cambió su tierra natal por una tierra que desconocía;
Moisés cambió el palacio por el desierto;
Gedeón cambió el segundo toro por la ayuda de un Dios del cual solo había oído hablar;
David cambió la oportunidad de matar a quien lo perseguía por esperar la justicia Divina;
Rut cambió la comodidad de la casa de sus padres para seguir a su suegra;
Daniel cambió su integridad física y su posición de autoridad por la cueva de los leones.
En todas las situaciones, fue necesario que cada uno de esos héroes creyera en la Palabra de Dios, en vez de creer en lo que estaba delante de sus ojos.
Esto es lo que distingue a los que hacen la diferencia de los que no la hacen, a los que obtienen éxito de los que fracasan, a los que vencen de los que son vencidos: los primeros ponen su confianza en Dios, mientras que los demás la depositan en aquello que pueden ver.
Los que usan la fe en vez de sus sentidos, constantemente, cambian lo seguro por lo incierto – y eso es lo que los hace alcanzar lo que la mayoría no alcanza, y ser lo que la mayoría no es.
Quien no manifiesta esa fe incondicional termina siempre sujeto a una vida limitada, formada de cosas pequeñas y ordinarias.
Imagínese si los grandes héroes mencionados en la Biblia no hubieran cambiado lo seguro por lo incierto.
Abraham no habría sido padre – ni siquiera de un niño, mucho menos de una gran nación;
Moisés no se habría convertido en libertador;
Gedeón y todo el pueblo de Israel habrían continuado siendo esclavos de los madianitas;
David no habría sido reconocido como el hombre según el corazón de Dios;
Rut habría servido a dioses extraños y Daniel se habría corrompido con los decretos impuestos.
Todos ellos sabían eso, y ninguno estaba dispuesto a tener ese futuro. Arriesgar era la única oportunidad y el precio a ser pagado por la vida que deseaban vivir.
Por eso, cambiar lo seguro por lo incierto no es para quien puede darse el lujo de perder algo, sino que es una necesidad para quien no se conforma con cualquier cosa.
Recuerde: lo que es seguro para el mundo, es incierto para Dios, y lo que es incierto para el mundo, es seguro para Dios.
Eso significa que, a fin de cuentas, usted estará cambiando lo incierto por lo seguro – o sea, aquello que es humano por lo que es divino. Ese intercambio es hecho a cada instante por quien manifiesta la fe inteligente, y es el único del cual nadie nunca se arrepintió y nunca se arrepentirá.
Tal vez sea justamente por no practicar este intercambio que usted se ha arrepentido de tantas cosas en su vida.