Como vimos en los artículos pasados, el Templo de Salomón substituyó al Tabernáculo. Básicamente, siguió la misma planificación dada por Dios a Moisés para la gran tienda. Tenía prácticamente los mismos muebles ceremoniales y casi los mismos artefactos, con los mismos significados:
El altar de sacrificios – Luego de la entrada del patio externo del Templo era encontrado el gran altar (esquina izquierda de la figura de al lado) en donde se sacrificaban los animales ofrendados a Dios. Eran el símbolo de los pecados y morían en expiación por ellos. Solo podían ser abatidos en perfectas condiciones, generalmente los mejores de los rebaños. Quemados, producían un humo que subía a los cielos como “olor grato” al Señor (Éxodo 29:25), simbolizando que la persona estaba limpia de sus pecados.
El “mar de bronce”, o “mar de fundición” – Gran reserva de agua (esquina derecha de la figura de arriba) al lado del altar de sacrificios. Simbolizaba lo mismo que el lavabo del Tabernáculo: en su agua eran lavados los pecados (sangre y cualquier otro residuo de los sacrificios de animales que quedaran en las manos y pies de los sacerdotes). El tanque quedaba sobre 12 bueyes esculpidos en bronce que, en grupos de a tres, tenían sus cabezas apuntadas a los cuatros puntos cardinales. En el mar de bronce era abastecidos los diez lavabos sobre ruedas, que eran esparcidos por el patio, cinco de cada lado del Templo.
La mesa de los panes, o mesa de la proposición – El Templo también tenía este mueble, así como había en el Tabernáculo en la misma posición, a la derecha de quien entraba en el Lugar Santo. Con doce panes sin levadura puestos en dos pilas de seis, simbolizaba el alimento que viene de Dios y el alimento espiritual de Su Palabra. Los panes era substituidos todas las semanas, en el shabat (el sábado sagrado de los judíos).
La menorá – El gran candelabro de oro con las siete lámparas, además de la utilidad de proporcionar luz, representaba la presencia de Dios en el lugar. Sus lámparas eran abastecidas con aceite (la unción de Dios sobre nuestras vidas). La luz de la Menorá simboliza también la Palabra, la verdadera iluminación para la vida, mostrando el camino para una vida con Dios.
El Altar del incienso – En el altar que quedaba al final del Santo Lugar, el oráculo (1 Reyes 7:49), eran colocados los inciensos de especias y otros perfumes, cuyos aromas dominaban el ambiente. Un símbolo de las súplicas, el “olor agradable” que sube a los cielos en dirección a Dios. Allí, los sacerdotes dirigían tales súplicas, las suyas y las de sus fieles – ya que eran como intermediarios entre el pueblo y Dios. Hoy, gracias al sacrificio supremo del Señor Jesús, hablamos directamente con el Padre, sin la necesidad de intermediarios.
El Velo – Había una rica cortina (en rojo en la figura de arriba) separando el Santo Lugar del Santo de los Santos, con dos querubines bordados. Solamente el sumo sacerdote pasaba por aquel velo para conversar directamente con Dios. Su simbolismo es fuerte: aunque el velo sea un material frágil, lo único que les impedía a otros sacerdotes entrar en el Santo de los Santo era el respeto hacia Dios. También providenciaba privacidad. Por medio de la oración que el sumo sacerdote llevaba, todo (el pueblo y otros sacerdotes) tenían su acceso directo al Señor. De ahí proviene la simbología: era un obstáculo frágil, fácil de ser transpuesto para llegar a Dios – bastando, para eso, orar (Marcos 15:38).
El Arca de la Alianza – Después de muchos años habitando el Tabernáculo, el gran baúl dorado fue depositado en el Santo de los Santos del Templo. Solamente tocado por los sacerdotes y nunca por una persona común del pueblo, guardaba otros objetos sagrados: las tablas de los Diez Mandamientos que Moisés había hecho orientado por Dios (la Palabra), un frasco con el maná que fue dado como alimento al pueblo en el desierto la primera vez (la provisión de Dios) y la vara de Aarón que floreció (el reconocimiento de Dios de la autoridad concedida a alguien). Sobre el Arca estaba el Propiciatorio, la tapa del baúl, como una tabla de mesa, con dos imágenes de querubines señalando sus alas hacia el centro. Entre esos ángeles, el sumo sacerdote debería focalizar la presencia de Dios, que le hablaba (Éxodo 25:10-22).
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