El diablo y sus demonios saben distinguir perfectamente la fe de las emociones, especialmente cuando está siendo usada en su contra. En ese caso, el cuerpo físico del cristiano se vuelve candente. O sea, todo el cuerpo se ilumina a los ojos de los espíritus inmundos.
El Señor Jesús dijo que Sus discípulos serían la luz del mundo. Esa luz no es visible a los ojos humanos.
Los espíritus inmundos ven la Luz de la fe en los nacidos de Dios y se vuelven impotentes ante de ellos.
Por lo tanto, quien tiene la fe que viene de Dios no se sofoca, no se impacienta, no se desespera, no huye, no se intimida, no teme, no se justifica, en fin, no manifiesta ninguna sombra de duda.
¿Por qué? ¡Porque en él yace la semilla divina! ¡El poder de Dios! ¡El mismo fuego de la zarza ardiente!
Si la verdadera fe no fuese el poder de Dios para la salvación del alma y victoria sobre las huestes del infierno, el diablo no usaría la duda como herramienta.
Él provocó a Dios, en el caso de Job, y al Señor Jesús en el desierto, usando la duda como herramienta.
Él continúa con la misma técnica para desviar a las personas del camino de la fe. Por eso, Dios exhortó a Josué a ser fuerte y corajudo, para tener el cuidado de obedecer a Su Palabra y no desviarse de ella ni a la derecha ni a la izquierda:
“Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas” (Josué 1:7).
Satanás ha usado compañeros supuestamente creyentes para desviar la fe de los sinceros a través de doctrinas humanas, costumbres y tradiciones.