La comparación es una de las maneras más fáciles y seguras de hacer que alguien se sienta mal. Incluso, cuando nos comparamos a nosotros mismos con otras personas. Gracias a este hábito, es posible sentirse inadecuado, inferior y, a veces, víctima de una injusticia.
Si la comparación apareciera sola, ya sería malo. Sin embargo, generalmente, sucede que la comparación viene disfrazada en la más pura seda de la envidia. La cuestión es que no todo el mundo logra notarla, reconocerla y, principalmente, admitirla. Al caer en esta trampa, muchas personas que están dentro de la Iglesia comparan sus vidas con las de los que están fuera de ella. Y terminan por dar lugar a un sentimiento que coquetea peligrosamente con el pecado.
Tomemos como ejemplo la orientación de Asaf. Él era sacerdote de la casa de Dios, pero, aun así, hacía comparaciones y tuvo que lidiar con la envidia. Al reconocerla, dijo: “En cuanto a mí, casi se deslizaron mis pies; por poco resbalaron mis pasos. Porque tuve envidia de los arrogantes, viendo la prosperidad de los impíos.” Salmos 73:2-3
Como explica el obispo Edir Macedo, a veces, “incluso un siervo de Dios siente envidia”. Lo importante es saber qué destino se le dará. Al comentar el versículo antes mencionado, el obispo señaló que “el Texto fue dirigido por el Espíritu Santo” para que Asaf pudiera “hablar y confesar quién era él delante de Dios y su visión de sí mismo delante de sus propios ojos. Él confiesa lo que muchos no quieren, lo que sostienen, fingiendo no tener”.
Asaf en la moda actual
Recientemente, el obispo explicó que la envidia se trata de un pecado sutil: “Solo Dios la ve. Nadie la ve. Ni la propia persona es capaz de notar su propio pecado. Pero este pecado es lo que lleva a muchas personas a una situación crítica, desde el punto de vista espiritual. Fue la envidia la que llevó a Caín a matar a Abel. El primer asesinato en el mundo fue cuando Caín mató a su propio hermano por envidia”.
Sobre las comparaciones, el obispo explicó que, cuando la persona tiene fe en el Señor Jesús, “la verdadera fe, sólida, sustentable”, ella no mira a nadie, solo se cuida a sí misma. “Cuando comienza a mirar a otra persona, es obvio que descubrirá cosas en esa persona; es obvio que algo le llamará la atención, sean los pecados, las conquistas, la belleza que tiene. Usted termina desviando sus principios, sus valores morales y espirituales de las verdades y los valores eternos para observar la vida de los demás: si es bonita, fea, gorda, delgada, si tiene dinero, si no lo tiene, si tiene éxito, si no lo tiene, si tiene una familia maravillosa, si no la tiene, si está bien casado, si no lo está; observa la ropa que viste, las actitudes de esa persona”. ¿Y qué es lo que eso aporta de bueno a su vida? Nada.
Hacia dónde no mirar
Asaf reconoció que casi se resbaló hacia la destrucción por tener envidia de los necios. Y su envidia nació, justamente, del hábito de compararse con quienes ni siquiera se dedicaban a estar cerca de Dios. Él miró hacia donde no debía. “Él observaba la vida ajena en lugar de cuidar su propia vida y, debido a eso, casi se desvió. Y muchas personas están en la misma situación, casi desviándose de la fe. Son fieles a Dios, sin embargo, ellas mismas no ven los frutos de su vida dedicada a Dios, sino que ven los frutos de la vida de los que no Le dan la mínima importancia al Altísimo. Y sienten envidia porque las demás personas parecen felices, parecen personas muy exitosas. Ahí es donde radica el problema: aunque no sienta envidia, el solo hecho de observar ya es un pecado. Es un pecado porque va en contra de su fe. Usted no tiene que observar a fulano o a mengano. Usted tiene su Tierra Prometida que conquistar, que es la Salvación Eterna”, alertó el obispo Macedo. “¿Cómo cree que conquistará una tierra de tanto valor mientras observa la vida de los demás?”, indagó.
¿A usted qué le falta?
Muchos se sienten oprimidos por la vida que no tienen. Incluso en Salmos 73:14, Asaf confiesa el estado en el que se encuentra: “Pues he sido azotado todo el día, y castigado todas las mañanas”. No obstante, el propio sacerdote da la orientación sobre el camino a seguir: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a Ti? Y fuera de Ti nada deseo en la tierra” Salmos 73:25. Observe que, al notar que Dios tiene planes para él, Asaf encuentra la verdadera felicidad. Se siente seguro y en paz.
Con base en esto, reflexione: ¿el pasto del vecino es más verde? ¿Usted siente envidia de los que parecen más felices? Recuerde: ellos solo “aparentan” tener esa alegría, porque la verdadera felicidad está en Dios.
La verdad es que, siempre que haya una comparación, habrá dudas con respecto a la fe. Si la visión miope le hace ver una vida como las que se imprimen en las portadas de las revistas y en las redes sociales, la mirada con lupa debe centrarse en la propia condición espiritual.
Después de todo, ¿qué le falta para sentirse realizado? ¿Tener el estilo de vida de los que no conocen a Dios o mantener la confianza en Él, sin desviar la mirada de Sus promesas?