¿Usted ya se detuvo a pensar que si todos se respetaran unos a otros –y a sí mismos– la mayoría de los problemas del mundo no existirían?
Pensar de esta manera no es ingenuidad, por más que lo parezca.
Piénselo bien: si hubiera respeto por el prójimo, nadie robaría, mataría, desobedecería al padre y a la madre, traicionaría al cónyuge, mentiría, sería corrupto o tendría envidia de codiciar lo que no le pertenece. Si respetaran a Dios, muchas personas no blasfemarían ni se entregarían a otros “dioses”, en el sentido real o figurado. Si se respetaran a sí mismas, no se perjudicarían con cosas innecesarias que no edifican de ninguna manera.
¿Esto le parece familiar? Sí, hace milenios, estas reglas fueron divulgadas en los tan conocidos Diez Mandamientos revelados por Dios a Moisés en lo alto del monte Sinaí. Para el que no sabe, actualmente ellos son la base de la Justicia de varios países del mundo.
Si estos mandamientos se obedecieran desde la época del Éxodo, el mundo no vería tantas catástrofes –principalmente las sociales– y tragedias que nos sorprenden en las noticias todos los días. El propio Dios ya daba el consejo: el respeto es simplemente la base de todo. De todo: del amor, de la familia, del trabajo, de los estudios, de la salud y de la sociedad.
Con relación a la obediencia
Desde esos Mandamientos tallados en piedra, lo que un hijo de Dios dice debe coincidir con lo que hace. Por ejemplo: muchos dicen que aman a alguien dentro un matrimonio, pero, mientras tanto, la traicionan, la humillan, la usan para satisfacer sus propios intereses o intentan manipularla para que cambie y sea de acuerdo con lo que desea de ella, no la respetan. El que ama no hace eso y el que se ama a sí mismo no se permite formar parte de una relación tan tóxica.
¿De qué sirve que un adulto le enseñe a un niño a respetar a sus mayores, pero que haga bromas o se queje cuando un anciano es atendido antes en una fila? Mas allá de que el niño piense que eso del respeto es solo un cuento chino, él imitará esa actitud. El niño lo ve y se copia. Entonces, nace otro individuo que no está “ni ahí” con los derechos, con su espacio y con las opiniones de los demás, algo que, desafortunadamente, es muy común en los días de hoy.
Esto genera otra cuestión. Uno de los principios básicos de las leyes de muchas sociedades es que su derecho termina donde comienza el de los demás. Eso tiene mucho sentido, pero no siempre funciona en la práctica. Esa persona que cruza el semáforo en rojo, que pone el sonido a todo volumen de madrugada molestando el sueño de los vecinos, o se apodera de un objeto que no le pertenece, pero que está a su alcance, suelen ser las mismas personas que se indignan cuando las demás actúan de esa manera con ellas. ¿Cómo puede querer recibir lo que ella no da?
Comienza en cada uno de nosotros
El que se respeta y obedece verdaderamente a Dios y Sus mandamientos, se preserva. Armada de respeto de sí misma, la persona nunca se metería con lo que destruye su salud física, mental, social y, sobre todo, espiritual. Valora su descanso y busca adoptar hábitos saludables que sumen mucho a su calidad de vida.
No siempre somos respetados por los que buscamos respetar. Por lo tanto, el mismo principio de confianza encaja aquí: no podemos saber si podemos confiar en alguien, pero podemos asegurarnos de ser confiables, lo que también es una forma de respetar a los demás.
El Señor Jesús cita los dos Mandamientos que representan toda la Ley Divina: “… Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente;?y a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27).?
De acuerdo con Él, el Obispo Edir Macedo, lo resume en: “felices, son los que se complacen en los mandamientos del Altísimo”.