Cuando todo parecía perdido, el simple gesto de una muchacha emocionó y enseñó una valiosa lección a millones de personas
Meghan estaba orgullosa. Aquella mañana soleada de la primavera del 2012 en Estados Unidos ya anticipaba un poco el clima del verano que se aproximaba en tan solo algunos días. Corredora, líder del equipo de atletismo y de cross country de su escuela en West Liberty, Ohio. Este sábado era especial por ser el día del campeonato entre las escuelas secundarias de todo el estado. La joven había llegado en primer lugar en la carrera de 1,6 mil metros. Comenzó bien. Para ella y para su madre, Ann, que la acompañaba, era un día de victorias y sonrisas en el estadio de la Universidad Estatal de Ohio, en la capital Columbus. La muchacha, de 17 años, no solo llegó primera, sino que batió su record personal en esa prueba: Campeona estatal en esa modalidad.
Ann Vogel tiene un recuerdo simple y muy especial de ese sábado soleado. Al borde de la pista, tenía una visión privilegiada de un trecho significativo. Siempre que Meghan pasaba, le dedicaba una sonrisa. Y ella la recibía, llena de orgullo, en retribución al gesto.
La envidiable estructura como la de muchas de las universidades y escuelas norteamericanas permitía que, en el imponente estadio de nivel olímpico, el campeonato fuera filmado por el equipo de la institución. Pero, en una época, donde cualquier persona tiene una cámara fotográfica y cámara de video en su bolso- incluso como un recurso de los más simples de cualquier teléfono celular actual- ese sábado serían muy utilizados para registrar algo, por motivos muy particulares.
Primero, las cámaras de bolso registraron aquella victoria y la superación del record personal de Meghan. Los gritos de la orgullosa Ann y de las colegas de la muchacha no pasaron desapercibidos. La imagen sacudida muestra el entusiasmo de la cineasta improvisada.
Pero la segunda carrera, la más larga, estaba por venir, una hora después. Serian 3,2 mil metros bajo aquel cielo azul sin nubes, fatigante hasta para los profesionales. Meghan se concentraba, recibiendo instrucciones de su entrenador y alentando su equipo.
La pirueta
Meghan, como casi siempre, comenzó muy bien. Esperaba mucho de sí. Ann esperaba mucho de su hija. El estadio entero depositaba grandes expectativas en relación a la siempre bien ubicada muchacha.
Pero algo estaba mal…
Meghan no sentía el mismo vigor de la carrera anterior. El sol más fuerte, el doble del recorrido. Poco a poco, la casi siempre vencedora se iba quedando atrás, para alivio de las muchachas de las otras ciudades y escuelas, que la pasaban con facilidad.
Las piernas flaqueaban, los músculos dolían, el aire huía de ella, el calor aumentaba. Era difícil correr, pero lo más difícil era entender. Siempre adelante, Meghan (foto) se dio cuenta que estaba en último lugar en la prueba decisiva para un título muy importante para ella y su escuela.
Sabía que era el foco de atención. Pero un pensamiento fuerte la empujaba. “Es una honra lograr estar en una prueba de esta magnitud.”
De las ocho vueltas, solo faltaban tres. Ann notó le lejos, que la determinación de la hija era grande, pero su cuerpo le estaba fallando. En una de las vueltas cuando Meghan pasó cerca y le sonrió como las veces anteriores, Ann hizo una broma con el hecho de que su hija terminara última. Ella nunca había sido la última. Cuando cambiaron rápidamente las miradas, ambas tuvieron el mismo pensamiento. “Era una cuestión de, al menos, ir hasta el final. Cruzar la línea de llegada.”
Ann apretaba las manos. Fruncía los labios y la cara. Sentía, muy en el fondo, un poco de pena por su hija, que se empeñó tanto durante aquel año lectivo que acababa. Era la coronación de mucho esfuerzo, de mucha determinación. Era la llave de oro para cerrar el año escolar y comenzar las vacaciones de verano. Al mismo tiempo, veía a la muchacha exhausta y sudada con orgullo, porque sabía que seguiría hasta el final. Sabía que Meghan no tenía fuerzas para llevar otro título a casa. Pero seguiría hasta el final. Iba a llegar, era lo mínimo que tenía que hacer.
Sin embargo, algo sorprendería a un mundo que generalmente ve la segunda posición solo como “el perdedor” o el famoso “loser”, especialmente para el norteamericano, para quien esto es una verdadera ofensa. Pero, como dice el refrán, quién llega último…
Lo inesperado
La muchacha hizo la última curva en dirección a la línea de llegada. Solamente entonces se dio cuenta que, además de ella, solo había una muchacha en la pista. A unos 20 metros delante suyo estaba Arden McMath, de Arlington, de quien Meghan nunca siquiera había escuchado hablar. Fatigada y cansada, Arden buscaba el mismo objetivo: la línea de llegada. Su semblante agotado no escondía la decepción ni la tristeza. El miedo de no lograrlo. Meghan se dio cuenta que las piernas de su adversaria temblaban demasiado.
Arden no aguantó. Sólo un poco más adelante de su adversaria de West-Liberty, cayó. Se cayó espantosamente.
Para sorpresa de todos, Meghan ni siquiera lo pensó. Encontró fuerzas para acelerar un poco más el paso.
Y levantó a Arden del suelo.
Silencio repentino
Meghan no levantó solo a su adversaria, a quien nunca antes vio.
Levantó a todo el estadio.
No había una sola persona sentada en ese momento. Todos se levantaron aun sin percibirlo.
“Recuerdo haber corrido hasta donde estaba (Arden)”, dijo Meghan al día siguiente. “Vi que ella estaba haciendo lo mejor que podía para mantenerse de pie, todo lo que su cuerpo se lo permitía. Sus piernas temblaban demasiado. Era incomprensible que estuviera de pie aun. Ella logró llegar a una etapa muy importante del campeonato, merecía al menos, cruzar la línea de llegada. Era hora de ayudarla a cualquier precio”
Atletas, entrenadores, equipos de rescate… Todos. Todos aplaudían. Aun así estaban estupefactos.
Desde el lugar donde estaba Ann no lograba ver a su hija, porque había mucha gente delante de ella. Escuchaba a todo el mundo aplaudiendo pero no entendía el motivo. Confundida, corrió por el borde de la pista tan rápido como pudo.
Mientras pasaba, veía las lágrimas de la gente.
Logró llegar cerca del entrenador de la escuela de Meghan. Toda esa gente aun le impedía ver la línea de llegada.
Fue cuando el entrenador miró a Ann y le dijo: “Mire para allá, para la pantalla.”
En el gran panel electrónico, Ann vio algo de que nunca va a olvidar mientras viva.
Meghan, muy debilitada, ayudaba a Arden. Pasó el brazo izquierdo de la muchacha de Arlington sobre su hombro, y con algunos tropiezos, estaban cada vez más cerca de la línea de llegada.
Pero todavía había una sorpresa más para las personas del estadio.
En el lugar correcto
En la llegada, Meghan paró. Estiró los brazos, con un esfuerzo sobrehumano e hizo a Arden cruzar la línea antes.
“Ella ya estaba delante de mi.”
Los celulares registraron el hecho, y minutos después las dos muchachas estaban en internet, para que todo el mundo lo viera:
Arden, después de cruzar la línea de llegada, fue socorrida por el equipo de paramédicos.
Nadie se había vuelto a sentar. Todos aplaudían de pie a la muchacha que no lograba siquiera eso: simplemente estar de pie.
Ann lloraba. Lloraba muy emocionada, pero no dejaba de actuar como la madre que es. Con el entrenador ayudó a su hija a ponerla bajo la sombra, en la misma carpa que llevaron a Arden.
“Mamá, estoy muy tonta. Tengo nauseas. Y se sentó, soltando el peso de su cuerpo sobre una hamaca, para beber un poco de hidroelectrolítico helado. A su lado, Arden estaba muy mal, exhausta, casi desmayada en otra hamaca, recuperándose de la deshidratación y del estrés térmico.
El entrenador de la escuela de Arlington logró llegar hasta Meghan. Con una mirada tierna y seria al mismo tiempo, la observó por unos segundos.
“Muchas gracias.”
Corto. Directo. Eficaz.
Por el reglamento de atletismo, si un corredor ayuda a otro que cae, ambos están automáticamente desclasificados.
Pero los jueces de la competición no tenían cómo aplicar la regla. Meghan y Arden, oficialmente, llegaron al final de la carrera, y los tiempos fueron computados en los registros de la competición.
“Cuando corría y me di cuenta que no lograría vencer, me preguntaba el motivo, después de tanto esfuerzo, yo, estar en último lugar… Había un motivo para eso… Yo no sabía aun cuál era”, dijo Meghan en una de sus muchas entrevistas.
Hoy, pocos días después, poca gente recuerda quien cruzó la línea en primer lugar y ocupó la cima del podio.
Pero todos recuerdan a la vencedora.
“Así, los primeros serán últimos y los últimos, primeros, porque muchos son llamados, pero pocos escogidos…” Mateo 20:16