En 2 Crónicas, capítulo 22, del versículo 2 al 4:
“Ocozías tenía veintidós años cuando comenzó a reinar, y reinó un año en Jerusalén. El nombre de su madre era Atalía, nieta de Omri”. 2 Crónicas 22:2
Él heredó el trono a los 22 años, pero reinó solo un año en Jerusalén, porque, a pesar de tener todo para ser exitoso, desafortunadamente se dejó influenciar por quien no debía. La persona que lo influenció para el mal no estaba lejos, estaba dentro del palacio, dentro de su propio hogar.
“Él también anduvo en los caminos de la casa de Acab, porque su madre fue su consejera para que hiciera lo malo. E hizo lo malo ante los ojos del Señor, como había hecho la casa de Acab, porque después de la muerte de su padre ellos fueron sus consejeros para perdición suya”. 2 Crónicas 22:3-4
Debemos tener mucho cuidado con los consejos que damos y que recibimos, también con las personas que nos inducen a tomar decisiones, a tener reacciones o a priorizar cosas que no están de acuerdo con la voluntad de Dios, como le sucedió a Ocozías.
Este rey joven, en lugar de buscar referencias en los hombres y las mujeres que habían agradado al Señor, se preocupó más por agradar a sus familiares que a Dios y se dejó influenciar por los malos consejos de su madre, quien le aconsejaba que hiciera lo malo, que ignorara la soberanía de Dios, el único que debe ser honrado, temido, respetado, considerado y obedecido.
Él buscó agradar más a su madre biológica que a Dios, su Padre Espiritual.
Ocozías era de la fe, pero no permaneció más de un año como rey. Tenía todo para tener éxito, pero el secreto de los que fueron exitosos no estaba en los consejeros ni en el ejemplo familiar.
En el caso de David, por ejemplo, sus padres lo olvidaron y no creyeron en él, pero David tenía intimidad con Dios y no se dejaba influenciar por nadie. Él se equivocó, pecó, pero reconoció y confesó su error, se arrepintió, aprendió y maduró, y Dios lo inspiró para que escribiera los salmos, que son oraciones. Más del 70 % de los salmos los escribió después de haber pecado. Una cosa es pecar y permanecer en el pecado, insistiendo en el error, y otra muy distinta es reconocer, confesar, abandonar y superar el pecado; solo así, maduramos y avanzamos.
La madre de este joven rey no aprendió de sus propios errores y, para empeorar la situación, le sugería a su hijo que hiciera lo malo ante los ojos de Dios. Atalía, una viuda, una madre y una mujer amargada, que tenía el título de madre del rey, pero que estaba frustrada, era malintencionada, se apoyaba en su posición de madre del rey y pensaba que era intocable. Ella quería disfrutar de las regalías del reino, haciendo el mal sin medir las consecuencias de sus actos paganos, egoístas e idólatras delante de Dios, de Sus siervos y del pueblo. Su final y el de su hijo como rey fue vergonzoso, triste. ¿Por qué? Porque las paredes de los palacios no detienen la acción del mal, la corona de rey tampoco, ya que el mal es un espíritu de robo, destrucción y muerte prematura.
Digo esto porque es normal que una madre maltratada, abandonada, rechazada, desamparada e incomprendida guarde resentimiento y, sin querer, induzca a su hijo a odiar a quien le hizo mal.
Mi madre fue traicionada y abandonada, pero siempre tuvo el cuidado de que sus seis hijos no tuvieran rencor ni juzgaran a su padre, incluso habiendo sido él el causante del sufrimiento y de la destrucción de la familia. Ella fue sabia en sus palabras y en su conducta para evitar que aquellos niños, adolescentes y jóvenes se volvieran malignos, rencorosos, vengativos y monstruos.
La palabra de un extraño tiene peso, la palabra de un amigo y de un hermano también, pero la de un padre o una madre tiene más peso que todas las demás. Cuando una madre habla es algo muy fuerte. La naturaleza femenina ya influencia al hombre, por eso Dios ordenó que la mujer se sujetara al hombre, porque la mujer ya tiene este poder de influencia y de persuasión naturalmente. Si es de Dios, es para el bien, para fortalecer, para transmitir temor, fe y disciplina. En cambio, si es carnal, emotiva, egoísta y vanidosa, es para el mal.
Todos nosotros, nos guste o no, hemos sido influenciados para el bien o para el mal, y es nuestra decisión hacer lo bueno o lo malo ante los ojos de Dios.
Las madres absorben el dolor, el sufrimiento y la necesidad de todos en la familia, tienden a resolver los problemas de todos, del hijo, del sobrino, del cuñado, entre otros. Las madres quieren contener, cuidar, proveer, proteger, y eso no es negativo, pero es peligroso, porque la vuelve vulnerable, ya que, si no logra resolver las necesidades de todos, se afana, se preocupa, se irrita y se pone ansiosa, negativa y triste.
Si Ocozías hubiera tenido una madre temerosa de Dios, que lo aconsejara a hacer el bien, habría reinado todos los días de su vida y el pueblo de Dios habría sido bendecido, porque un reinado no tiene fecha de vencimiento. Él tuvo buenos y malos ejemplos, pero tuvo una madre a su lado que lo inducía a mirar hacia los malos, que lo hacía mirar hacia el materialismo, las vanidades, la promiscuidad, la idolatría, el egoísmo, la violencia, la injusticia y la soberbia; y eso lo destruyó.
Joven, fuerte, inteligente, con una corona en la cabeza, pero rodeado de malos consejeros.
Tenga cuidado con los consejos que usted recibe en las redes sociales, de los vecinos o incluso de sus familiares. Tenga cuidado, porque, después, cuando empiece a sufrir las consecuencias de sus malas decisiones, no podrá echarle la culpa a Dios o a los demás.
Jesús puede ser el Rey de su vida, pero Él no decide por usted, es usted quien decide.
Lo que estoy diciendo no agradará a todos, pero es lo que está escrito y debo concientizarlo para que usted les enseñe a sus hijos, a sus sobrinos, a sus nietos y a sus hermanos.
Yo tengo el poder de decidir y usted también.
Obispo Júlio Freitas